La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal
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Durante años, años anteriores a mi confinamiento, solía vivir verano tras verano en<br />
estancias menos salvajes que Piré-Tú. Hijo de patrón, nieto y bisnieto de patrones, yo era<br />
una especie de señor feudal y no me abstenía de mi derecho de pernada, por llamar así al<br />
privilegio de un goce ilimitado de campesinitas púberes o adolescentes. [43]<br />
El trabajo y la farra me eran inseparables. Con dos o tres amigos, que cómo primos<br />
tenían mi apellido, después de duras faenas de sol a sol -arrear, <strong>doma</strong>r, faenar, enlazar-<br />
solíamos recorrer ranchos, con guitarra y abundante alcohol. ¡Incansable juventud!<br />
El Rojo Scott se quedó de pronto callado, absorto en sus recuerdos. Volviendo a Piré-<br />
Tú, -dijo de pronto-, había allá once puestos de estancia. Y en cada uno cinco o seis<br />
familias. Ya dije bastante sobre aquella región hermosa y a veces terrible, terrible cuando<br />
los esteros se convertían en ríos torrentosos. ¿Está claro esto? Si quieren les dibujo un<br />
mapa...<br />
Ustedes querrán saber la extensión de Piré-Tú: doce leguas cuadradas o, si prefieren,<br />
veinticuatro mil hectáreas. ¿Y en cuanto a animales, además de los ganados, vacuno,<br />
caballar, lanar? Pues carpinchos, lobopés, venados. ¡Y tantos más!<br />
Los esteros debían llamarse allá viveros. Viveros de peces, de aves acuáticas y, como<br />
dije ya, de reptiles. A los venados se los cazaba con boleadoras; a los yacarés se los mataba<br />
a lanzazo limpio. Me olvidaba de los avestruces que corrían en manadas por los campos así<br />
como ahora me olvido de muchos otros bichos. Nadie molestaba a las avestruces. ¿Quién<br />
iba a querer su carne y menos sus plumas? ¿Plumas para hacer plumeros? Los dejaban vivir<br />
en paz. A los yacús o yacúes -no sé cómo se dice- los cazaban a flechazos. Había arqueros<br />
de increíble puntería. El yacú es como una charata grande, como ese pájaro que llaman<br />
pava <strong>del</strong> monte en la Argentina.<br />
¿Qué nombre tenían allá los hombres y mujeres? No diré nombres de pila porque no<br />
había pilas para el bautismo. Ustedes saben lo que era y acaso sigue siendo el Almanaque<br />
Bristol. ¿Lo saben? Bueno: el bolichero, el <strong>del</strong> único boliche en todo Piré-Tú, un calabrés<br />
ladino, aseguraba que sabía leer y era dueño de un Almanaque Bristol. Del [44] almanaque<br />
sacaba los nombres para los recién nacidos o los que estaban gateando ya. Acaso también<br />
tuviera un libro de historia y de mitología, porque en Piré-Tú sonaban nombres raros o no<br />
comunes como Teseo, Ataúlfo, Sigerico, Ulises, Prometeo y otros muchos así. En cuanto a<br />
las mujeres había Cayetanas, Antígonas, Sabinas, Lucinas y Artemisas.<br />
El patriarca se llamaba Paí Boró. Curandero, curaba con palabras. Y con yuyos. Conocía<br />
la virtud de todos los yuyos habidos y por haber. Pero su panacea casi universal, para<br />
asegurar el poder de sus palabras, era el azucá <strong>del</strong> campo. El azucá <strong>del</strong> campo es<br />
excremento reseco de perro. Él lo recetaba a todos los chicos y a casi todos los grandes. No<br />
sé qué valor curativo especial infundía Paí Boró a este azúcar medicinal. Lo cierto es que<br />
los puesteros veneraban a Paí Boró y veían en él un taumaturgo.<br />
Paí Boró solía hablarme preocupado por su gente. Deploraba la ignorancia en que vivían<br />
hombres y mujeres. Él no se excluía en sus confidencias nada halagüeñas.