La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal
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Porque en estos no había nunca contratiempos ni, entre uno y otro, pérdidas de nonatos.<br />
En madres casadas y solteras de la comarca esto de las pérdidas era suceso corriente. No así<br />
en el caso de María <strong>del</strong> Rosario. El labrador gozaba recorriendo lentamente sus plantíos,<br />
sobre todo cuando el cielo estaba muy azul y el sol encendía las mieses. A uno y otro lado<br />
de su heredad se erguían grandes árboles. Eran sus lapachos que florecían impetuosamente<br />
año tras año, y sus mangos de espesa fronda, grávidos de infinitas frutas. Cerraban el<br />
paisaje rural, en todos los rumbos de la Rosa, innumerables cocoteros que sacudían en la<br />
brisa sus lacias melenas verdes.<br />
Al recorrer sus maizales, el enérgico perfil <strong>del</strong> labriego, bajo el sombrero de paja dorada,<br />
sujeto al mentón con un barbijo de cuero trenzado, tenía, bien antes de la vejez, una<br />
gravedad y una dignidad patriarcales.<br />
«Esto es mío» -se decía, y se corregía enseguida-: «Esto es nuestro.»<br />
Francisco advirtió allá por el duodécimo embarazo de María <strong>del</strong> Rosario que su<br />
fertilísima consorte daba muestras de cansancio. ¿Qué ocurrirá? Pues sencillamente que ella<br />
hubiera querido vivir siquiera unos seis meses o más con su forma natural, su lindo talle, su<br />
agraciada silueta. Cosa imposible con tanto embarazo sin cuartel. María <strong>del</strong> Rosario, que ya<br />
empezaba a llamarse Ña María a fuerza de estar rodeada de Doce Vástagos, lectora<br />
apasionada de la Biblia por influjo de su marido, le dijo a este un buen día:<br />
-Mirá, hay algo que no aprobás en los patriarcas de la Biblia. Por ejemplo, que Jacob<br />
tuviese dos esposas, Lía y Raquel y que cada una de ellas le diera a su marido mujeres de<br />
segundo orden, como Balay Celfa. Estas mujeres tuvieron hijos y claro que Lía y Raquel se<br />
tomaron un descanso. Pero yo, Francisco, no tengo como Lía y Raquel ninguna esclava que<br />
ofrecerte. [31]<br />
El Señor hizo estéril a Raquel un tiempo y después la volvió fecunda. Yo en cambio<br />
siempre ando fecunda, demasiado fecunda. <strong>La</strong> juventud se me va en preñeces deformes y<br />
hasta la cara que Dios me dio se me arruga antes de tiempo. Vos, mientras tanto, vos estás<br />
cada día mejor.<br />
-María <strong>del</strong> Rosario, ¿cómo podés decir esas cosas? Nuestros hijos son una bendición de<br />
Dios. Vos estás más chusca y más linda que nunca; tus hermosos ojos ya no son dos<br />
solamente, son muchos más en las caras de nuestros hijos. Anoche leíamos juntos que<br />
cuando Abraham tenía ya noventa y nueve años se le apareció el Señor y le dijo que le daría<br />
de su esposa, Sara, un hijo. Sara tenía noventa años...<br />
-Sí, sí recuerdo eso -contestó María <strong>del</strong> Rosario-. Aquí en la Biblia tengo marcada la<br />
página. Oíme. -y leyó-: «Abraham se postró sobre su rostro y sonriose, diciendo en su<br />
corazón: ¿Conque a un viejo de cien años le nacerá un hijo?, ¿y Sara de noventa años ha de<br />
parir?» -Mirá: vos no sos Abraham ni yo soy Sara, felizmente; vos sos un hombre joven y<br />
yo estoy muy lejos de los noventa años de Sara. ¿A quién se le ocurre querer ser como esa<br />
gente de antes?