La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal
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Habría unas cuatrocientas personas, muchas de ellas con largos atavíos académicos<br />
tradicionales. Esta gente se agrupaba a lo largo de los ornamentados muros, de espaldas a<br />
los muros, dejando vacío en el salón un amplio espacio cuadrangular ricamente alfombrado.<br />
Yo he llegado al salón [168] en el momento de comenzar el acto. Este se inicia con una<br />
procesión académica presidida por el Rector o Canciller, arropado él, como otros muchos,<br />
en vestidura talar, tocado de un entorchado birrete. <strong>La</strong>s togas son de colores varios.<br />
Algunas tienen más bordadura que otras.<br />
El magnate académico -llamémosle así- que preside la ceremonia a la cabeza de la<br />
comitiva avanza hacia una tribuna o púlpito -esto no recuerdo bien- que está en el extremo<br />
opuesto <strong>del</strong> salón. Lo precede el macero grave, hierático, que sobre un primoroso cojín<br />
bordado en oro lleva la insignia de la universidad, esto es, la larga maza de bruñida plata.<br />
<strong>La</strong> comitiva con británicas pomp and circumstance, tarda varios minutos en llegar a ese<br />
extremo <strong>del</strong> salón: se a<strong>del</strong>anta en medio de un silencio en que no se percibe ni el sonar de<br />
los pasos porque estos se dan sobre mullidas alfombras. Ahora nadie habla ni cuchichea. Ya<br />
llegará el momento de los discursos.<br />
¿Qué dijo en su oxoniense ortología el imponente señor aquel de lujoso birrete y<br />
vestidura talar no menos lujosa?<br />
Sin duda fueron las palabras suyas las sacramentales de toda apertura de un congreso de<br />
tan ilustres personalidades de muchos países: la concurrencia era verdaderamente,<br />
cosmopolita. Había profesores de Escandinavia, como, por ejemplo, de la Universidad de<br />
Upsala; había profesores alemanes, franceses, italianos, belgas, holandeses,<br />
norteamericanos, españoles e hispanoamericanos, -claro está-, y, en fin, verdaderas<br />
embajadas académicas de claustros universitarios de uno u otro lado <strong>del</strong> Atlántico.<br />
Los británicos son justamente famosos por el esplendor de sus pageantries, de sus<br />
desfiles, de la [169] teatralidad de sus majestuosas procesiones no sólo de la realeza sino de<br />
sus innumerables organizaciones religiosas y seglares. Pero hacia el final <strong>del</strong> discurso sí<br />
recuerdo algo que me fue como una advertencia: el Magnífico Rector o como sea su<br />
denominación honorífica, habló de las costumbres centenarias de Oxford...<br />
«Es tradicional en esta universidad, hace quinientos a más años, que los estudiantes<br />
duerman en piezas a que se les echa llave por de fuera, de modo que ellos quedan como<br />
recluidos, como presos, toda la noche. A la mañana siguiente, bien temprano, un steward<br />
(camarero o sirviente o como se llame) llega a cada puerta y con pesada llave de hierro, la<br />
abre con estrépito y penetra en la alcoba dando gritos para despertar instantáneamente a los<br />
estudiantes...»<br />
De modo que si alguno de nosotros, profesores extranjeros (sin distinción de rango ni<br />
edad, se entiende) tiene albergue en una de esas tradicionales alcobas, ha de respetar la<br />
antigua práctica de esta casa multicentenaria y ser despertado, sin protestas, por la algarabía<br />
ritual <strong>del</strong> steward...