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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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Los recreos no eran nada recreativos: los patios ardían bajo soles implacables y como no<br />

había espacio suficiente, como queda dicho, los escolares debían moverse paso a paso de un<br />

lugar a otro buscando a un pariente o amigo o un sitio con un poco de sombra.<br />

¡Horrible vida de presidiario desde la una a las seis de la tarde, de lunes a viernes y, los<br />

sábados, de ocho a doce!<br />

Carolina Ventre me ha reprendido más de una vez por desatención. Pero en esta aula<br />

caliente yo estoy, como se dice, en Babia. En Babia las horas pasan más gratamente. A la<br />

segunda semana la maestra me saca de la primera fila y me pone en la cuarta o quinta. A fin<br />

de mes, soy enviado a la última fila, con la pared a mis espaldas. ¡El «alumno brillante» es<br />

un fracaso! Carolina Ventre tan zahorí, tan perspicaz, tan eficaz, se ha llevado un chasco.<br />

¡Ah, pero desde la perspectiva que ahora tengo en la última fila «entre los peores», se<br />

puede ver mucho mejor la calle, porque la persiana que descansa contra la reja [110] de<br />

hierro de la ventana, deja libre a mi campo visual un cómodo espacio para la observación<br />

callejera!<br />

Ya pueden enseñarse en el aula lectura, escritura, aritmética y todas las ciencias exactas<br />

y no exactas. Yo no me entero de nada. Me es imposible recordar cuándo y cómo he<br />

aprendido a escribir. ¿Ha sido Carolina Ventre, quien me enseñó las primeras letras? Hoy<br />

no puedo yo atribuirle tal hazaña pedagógica: sencillamente no recuerdo...<br />

Muchos años después, allá por 1958 o 59, siendo yo profesor de la Universidad de<br />

Washington, resolví ensayar un cuento sobre el pésimo estudiante que fui en la Escuela<br />

Normal de Asunción. Me propuse ocultar mi identidad de muchas maneras. Me serví de<br />

más de un episodio ficticio y evité, como por pudor, utilizar la primera persona. El<br />

protagonista se llamaría Jorge, no Hugo, por supuesto; viviría en una casa que no era la<br />

mía, sus padres serían muy diferentes de los míos. No iba yo a mencionar el nombre de la<br />

Escuela Normal y mucho menos el de sus maestras.<br />

Jorge García, sin embargo, el héroe o antihéroe escolar de mi ficción, viviría una<br />

experiencia igualmente penosa, vergonzosa. <strong>La</strong> innominada maestra lo recibiría el primer<br />

día de clase como a una esperanza de alumno brillante. Jorge García estaría como yo, en<br />

Babia, desde el primero hasta último día de clase. Jorge García era un fracaso escolar<br />

absoluto.<br />

Para disimular aún más mi identidad, traté de retratar parcialmente, por lo menos, a un<br />

compañero de clase, paliducho y ausente, hijo de una humilde modista. El cuento que logré<br />

escribir y que figura en mi librito El ojo <strong>del</strong> bosque con el título de «El escolar de la última<br />

fila» apareció en Méjico, en la revista Cuadernos Americanos.<br />

Era a la sazón profesor visitante en la Universidad de Washington el notable novelista<br />

chileno don Manuel Rojas. Don Manuel y yo éramos buenos amigos. Yo le presté el<br />

manuscrito de mi cuento y él lo leyó en seguida. [111]<br />

-Es un buen cuento autobiográfico -me dijo con cierta socarronería.

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