La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal
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Francisco, con uno de sus hijos dormido en sus brazos hacía grandes esfuerzos para<br />
desvanecer esas ideas de la mente de su esposa. -Ella -repetía él- había hecho con él un<br />
pacto: crear una gran familia, acaso fundar algo más que una villa, acaso todo un pueblo.<br />
Dios proveería.<br />
-Mirá Francisco -insistía ella- a veces pienso en que si vos querés un batallón de hijos,<br />
pues podrías tenerlos con ayuda de otras mujeres.<br />
-¡Jesús! ¡Me estás diciendo que debo cometer adulterio! El adulterio es un pecado<br />
horrible...<br />
-Según parece decir la Biblia, los patriarcas cometían ese pecado a cada rato y nadie se<br />
escandalizaba...<br />
Conversaciones como estas se repetían de vez en cuando a la luz de la lámpara mbopí o<br />
de una o más velas de [32] sebo, después de la cena. Francisco, convertido en todo un<br />
predicador, lograba persuadir a su mujer que ellos dos eran una pareja fuera de lo común y<br />
que vivían conforme a la voluntad de Dios. Y ella se dejaba convencer no sólo por<br />
teologías más o menos ortodoxas sino porque estaba enamorada de su hombre y, claro, ella<br />
también era devota, y además muy celosa, aunque quisiera disimularlo.<br />
El caso de un agricultor como Francisco Arias y el de su mujer María <strong>del</strong> Rosario, no<br />
era ni es corriente en los países <strong>del</strong> tercer mundo, o de cualquier mundo. Francisco sobre<br />
todo tenía una fe religiosa que debería entenderse como especialísima gracia divina. Y en<br />
cuanto a su inteligencia hay que decir algo semejante. <strong>La</strong> Biblia, en cuya lectura hallaba<br />
inspiración y fortalecimiento de su fe, le enseñó a hablar en un idioma cada vez más culto y<br />
poético. María <strong>del</strong> Rosario, primeramente por su gestión <strong>del</strong> marido y luego por propio y<br />
creciente entusiasmo, hizo como él, de los libros de la Biblia, su única biblioteca y su única<br />
fuente de cultura. Sí, de cultura, porque marido y mujer, de tanto empaparse en la literatura<br />
<strong>del</strong> libro santo superaban en sano criterio, buen hablar y dominio de una lengua hermosa a<br />
cuantos habitantes había en la comarca. Eran el asombro no ya de los campesinos más<br />
prósperos sino de la gente de la gran ciudad que conocían a ambos prolíficos esposos.<br />
Nadie se enteró en la comarca de que Francisco Arias sufrió durante largo tiempo las<br />
más terribles tentaciones. Fue durante el decimoquinto embarazo de su esposa. ¿Terribles<br />
tentaciones? Bueno, es una manera de llamar a algo que no sería nada terrible en otros<br />
casos. Además, Francisco Arias fue cayendo poco a poco hasta que cayó <strong>del</strong> todo en la<br />
última de sus tentaciones. [33]<br />
Sucedió que Selva Del Valle, muchacha virgen, todavía adolescente, de extraordinaria<br />
figura, ojos de un negror y de un brillo sin igual y de una sonrisa en la más tentadora de las<br />
bocas, pasase un día por la chacra <strong>del</strong> agricultor. Nunca había visto él mujer tan<br />
perfectamente linda, graciosa y simpática. Francisco sintió que los ojos negros, tan<br />
profundamente negros de ella y tan intensamente dulces, le penetraban el pecho y le herían<br />
el corazón. Con estas palabras, más o menos, se describió a sí mismo el embrujo de Selva<br />
Del Valle sobre su alma pecadora. <strong>La</strong> noche <strong>del</strong> día <strong>del</strong> primer encuentro con Selva, leyó él<br />
en el Cantar de los cantares: «Aparta de mí tus ojos, pues esos me han hecho salir fuera de