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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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-Me asombra usted con las ideas que ha traído al Reino de las Sombras.<br />

-¡Cuánta sangre inocente habría usted visto exudar a esa sombra terrible! [154]<br />

Estoy leyendo, Rafael, un libro sobre el tiempo. Es obra de un brillante pensador<br />

compatriota. Ahora que estamos fuera <strong>del</strong> tiempo, permítame que le lea una página sobre el<br />

Héroe Máximo.<br />

Nada más contundente he leído nunca sobre la conducción de la Guerra Grande. Y nada<br />

menos refutable. Escuche, Rafael. Aquí el tiempo es infinito; no se lo puede perder:<br />

«No definió sus objetivos, ni nadie llegó a saberlos sino por conjeturas; si los conocía él<br />

mismo, no dispuso de los medios necesarios para perseguirlos, ni siquiera los buscó. El<br />

destacamento enviado al Este era una irrisión. No conocía a sus enemigos, ni su poder... Su<br />

incomprensión <strong>del</strong> tiempo era desesperante: ordenó la compra de armas y buques en Europa<br />

cuando ya esperaba como inminente el bloqueo, y todavía lo precipitó. No se puso al frente<br />

de sus tropas sin entender que los ejércitos se mueven cuando hay un comando que ordena<br />

e impone la marcha y resuelve en el acto las dificultades que la impiden; daba instrucciones<br />

personales por escrito a distancias enormes para la época, quedando desconectado de sus<br />

ejércitos días y días, aun en situaciones críticas... Cuando agonizaba Uruguayana, envió<br />

desde Asunción -entre 600 ó 650 kilómetros- 1.200 hombres de refuerzo, teniendo un<br />

ejército inactivo de 25.000 hombres a 170 kilómetros sobre el río Paraná. Cuando los<br />

refuerzos cruzaron este río, por Encarnación, Uruguayana ya se había perdido. <strong>La</strong><br />

realización de la batalla de Riachuelo fue llevada a cabo con una precipitación y chapucería<br />

desconcertantes. Se perdió por no haberse inculcado la necesidad de la sorpresa, ni previsto<br />

la posibilidad de una avería, ni un ataque sorpresivo sobre las tripulaciones que dormían en<br />

las riberas...»<br />

-Basta, basta mi general: ¡ese escritor es demasiado negativo!<br />

-Este escritor, J. M. Rivarola Matto, es uno de los mayores apologistas de los méritos<br />

militares de usted, [155] Rafael. Nadie ha escrito con tanta lucidez acerca de operaciones<br />

mandadas por usted.<br />

De haberse usted contentado con ser el glorioso Comandante <strong>del</strong> Segundo Cuerpo de<br />

Ejército, el héroe de Gondra, la punta de lanza de un ejército victorioso, ¿qué más podría<br />

ambicionar usted? Sin embargo, no contento con ser un militar, esto es alguien que conoce<br />

su oficio y sus deberes, alguien que sabe obedecer y sabe hacerse obedecer, usted también<br />

quiso ser un caudillo civil. Y usted ha conspirado antes de la guerra y aun antes de terminar<br />

la guerra. Bien me he enterado yo de su discurso días después <strong>del</strong> Armisticio de junio de<br />

1935. En ese discurso usted abiertamente se declaraba líder, no dentro <strong>del</strong> Ejército donde<br />

era usted uno de los jefes más prestigiosos, sino como posible caudillo en la totalidad de la<br />

vida nacional. Acababa usted de ganar una brillante victoria que detuvo el empuje de la<br />

ofensiva boliviana...

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