La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal
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armisticio. Días antes <strong>del</strong> fin fui herido levemente en el brazo izquierdo y pude abandonar<br />
el frente antes que nadie entre los oficiales de mi unidad.<br />
Y un día, en Asunción por la Avenida Colombia, toda decorada con arcos de triunfo y<br />
banderas, desfilaron las tropas victoriosas <strong>del</strong> Chaco. Yo, restablecido de mi herida, vestido<br />
de civil, contemplaba el silencioso desfile de aquellos soldados de bronce que parecían<br />
insensibles al hambre, a la sed, a la fatiga, e indiferentes ante la gloria. [76]<br />
De pronto una mujer de cara conocida que estaba a mi lado pronunció mi nombre: -¿Es<br />
usted el teniente fulano de tal?<br />
-Servidor -dije.<br />
-¡Qué casualidad y qué gusto de verle! ¿Recuerda usted al mayor Bermúdez, el<br />
prisionero?...<br />
-Sí, señora. ¿El de las botas coloradas?<br />
-¡El mismo! ¿Puede usted venirse esta tarde a mi casa a tomar el té, a eso de las cinco?<br />
Tengo algo que decirle, importante.<br />
-¿Dónde vive usted, señora?<br />
-Ahora en la vieja casa de mi madre, que usted conoce bien porque queda cerca de la<br />
suya.<br />
-Muy bien, gracias. A las cinco en punto estaré allá.<br />
En ese momento pasó por la ancha avenida, montando en poderoso caballo y saludando<br />
con la espada desnuda, el comandante <strong>del</strong> Segundo Cuerpo de Ejército. <strong>La</strong> multitud estalló<br />
en una salva de aplausos y una lluvia de rosas y claveles cayó en torno <strong>del</strong> jinete. Yo<br />
también grité, como todo el mundo gritó, vitoreando a mi jefe.<br />
Antes de sentarnos a la mesa <strong>del</strong> té, la señora de Velázquez me entregó una carta. Era<br />
<strong>del</strong> mayor Bermúdez. Salto fecha, nombre, tratamiento. <strong>La</strong> recuerdo de memoria. Decía:<br />
Usted me ha salvado la vida. Bajo el cobertizo de paja, al día siguiente de mi derrota.<br />
Jamás iba a permitir que aquel bárbaro me despojara de las botas. Al menos, estando yo con<br />
vida. Durante días y noches pensé en usted, en usted que se habrá olvidado de mí<br />
enseguida. Resolví que tenía que hacer algo para demostrarle mi gratitud, antes de<br />
abandonar su país. Me dieron por prisión, en esta ciudad, un caserón colonial. Allí he<br />
pensado en usted, día tras día. Y he pensado también en cosas absurdas. <strong>La</strong> gratitud me<br />
atacó [77] como una fiebre. Pensé, por ejemplo, en hacer fundir en plata un par de botas de<br />
forma y tamaño idénticos a los de las que llevaba puestas cuando usted me rescató de la<br />
humillación y la muerte, y hacérselas enviar desde Potosí. Rechacé esta idea, como otras<br />
cien ideas parecidas. <strong>La</strong>s botas, las botas... Pensé que debía quitármelas antes de volver a<br />
verle a usted, de hablar con usted. Psicosis de prisionero.