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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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en el aire caliente cuadras a la redonda [118] llegando por Independencia Nacional y<br />

Nuestra Señora de la Asunción, en las horas de la siesta, hasta la misma escuela.<br />

<strong>La</strong>s mujeres -casi todas- arribaban al mercado montadas en burros -a mujeriegas claro<br />

está-. Negros paraguas las amparaban <strong>del</strong> sol, mientras que mantos, también negros, les<br />

ceñían la cabeza y mitad <strong>del</strong> cuerpo. Sus productos para la venta atiborraban unos sacos de<br />

cuero cuadrangulares colgados de ambos lados <strong>del</strong> animal. Los burros quedaban atados al<br />

sol en torno al área no muy limpia de aquella versión de zoco marroquí que era el Mercado<br />

Central. En la recova de enfrente se apretujaban tiendecillas de turcos; por la calzada<br />

corrían arroyitos de aguas sucias y malolientes. Algunos escolares de paso hacia la escuela<br />

disparaban honditas sobre los burros, y hacían chistes nada decentes cuando las bestias<br />

grises alborotaban con rebuznos y bramidos ensordecedores...<br />

1988 [119]<br />

Guerra civil<br />

Como tenía yo cinco años al comenzar la revolución de 1922 y cumplí los seis sólo<br />

meses antes de su fin, son mis recuerdos, algunos, vívidos; otros vagos, penumbrosos y,<br />

todos, sin adscripción a una fecha precisa en calendarios de 1922 y 1923.<br />

¿Cuándo, en qué año, en qué mes o estación tuve en mis manos la revista Ocara-Poty-<br />

Cue-Mí? Dicho está que no podría decirlo. Pero las imágenes, las no muy nítidas<br />

ilustraciones de esta revista popular me impresionaron profundamente. Y habré <strong>del</strong>etreado,<br />

una y otra vez, bajo una imagen terrible, estas palabras; «Capilla ardiente <strong>del</strong> Sargento<br />

Achar». ¿Qué quería decir capilla ardiente? Ahora lo intuía. Allí, sobre estas palabras<br />

oscuras y quemantes, veía yo, yacente, con las manos cruzadas sobre el pecho, el cadáver<br />

de un hombre joven. Dos soldados montaban guardia a uno y otro lado <strong>del</strong> ataúd. Uno de<br />

ellos tenía en la mano izquierda una corneta; el otro asía con la diestra el cañón de un fusil<br />

cuya culata descansaba en tierra. Ambos estaban inclinados hacia el difunto. Este, los ojos<br />

cerrados, dormía el sueño <strong>del</strong> que no se despierta. Al fondo veía un crucifijo y una Mater<br />

Dolorosa. En torno al oratorio fúnebre, había plantas y flores.<br />

No puedo hoy expresar el horror que me causaba la tristísima, la sombría imagen <strong>del</strong><br />

sargento sacrificado a tan temprana edad. Yo hojeaba y hojeaba la revista y siempre volvía<br />

a la página en que yacía el cadáver en su capilla [120] ardiente. ¡Qué siniestro me parecía<br />

aquello de ardiente! Se me ocurría que la Muerte, negra y fría como es de ordinario, echase<br />

llamas como incandescente. Había en la revista muchas otras imágenes que me hacían<br />

estremecer íntimamente; pero ninguna era tan conmovedora como la de la capilla horrible<br />

<strong>del</strong> sargento Achar. Suscitaba en mí precoz vislumbre de un oscuro Reino, <strong>del</strong> Twilight<br />

Kingdom. Recuerdo ahora, en este instante, el retrato de un aviador cuyo biplano cayó en<br />

tierra envuelto en llamas; recuerdo los rostros de algunos héroes civiles -de la Liga<br />

Marítima- un tal Figueira, un tal Mellone con pañuelo al cuello... ¡Y aquel mayor<br />

Valenzuela en uniforme de gala, casco prusiano, charreteras de flecos blandos y bigote a lo<br />

Kalser, muerto en Carmen <strong>del</strong> Paraná!

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