La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal
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de la trinchera; distinguió, habituado ahora a la oscuridad, el perfil de los cubrecabezas:<br />
¡Nadie estaba en la trinchera! Vio una ametralladora pesada abandonada; vio docenas de<br />
fusiles tirados dentro y fuera de la trinchera, vio un cadáver cobrizo con la espalda<br />
encostrada de sangre.<br />
-¡Herrera! -rugió más que gritó.<br />
Y esta vez su llamada fue contestada en el acto: seis soldados enemigos lo rodearon<br />
apuntándolo con sus rifles. Un oficial bajito le encendió una linterna potente en la cara y<br />
con voz cortante le dijo: -¡Ríndanse!<br />
Al mismo tiempo el machete de un soldado cayó de plano sobre el brazo armado de<br />
Bermúdez. <strong>La</strong> pistola <strong>del</strong> jefe, apenas dio en tierra ya estuvo en manos de su enemigo.<br />
El mayor prisionero fue conducido a la tienda <strong>del</strong> jefe vencedor. Este, sentado a su mesa<br />
de trabajo, redactaba el parte de la victoria reciente. Cuando el mayor Bermúdez [70] entró<br />
en la tienda, el mayor Otero se puso de pie. El mayor Cristian Otero tendría unos treinta<br />
años. <strong>La</strong>s correas <strong>del</strong> catalejo y de la cantimplora le cruzaban el pecho. Vestía un uniforme<br />
verde desteñido, con botones negros. Un cinturón con pesada pistola le ceñía el talle. Su<br />
rostro, lleno de lozanía y juventud, era plácido y amable, sin huella de fatiga.<br />
-¡Buenas noches! -dijo el prisionero-. ¡Donde está el comandante <strong>del</strong> Destacamento!<br />
-Habla usted con el comandante <strong>del</strong> Destacamento.<br />
-Un comandante debe ser de más alta graduación.<br />
-Soy mayor -contestó Cristian Otero.<br />
<strong>La</strong> fisonomía <strong>del</strong> prisionero manifestó una amarga sorpresa, su boca fina, sombreada de<br />
negro bigote se volvió un tajo sin relieve.<br />
-¿Cuántos hombres tiene usted?<br />
-El mismo número que usted tenía hace cuatro o cinco días.<br />
-¡Imposible! Usted ha tenido desde el comienzo fuerzas tres veces superiores.<br />
-No, mayor. Empezamos la partida con las mismas... piezas.<br />
El jefe sonrió con más ironía que orgullo y, al hacerlo, dejó ver unos dientes grandes,<br />
blanquísimos. En ese instante pareció casi un adolescente, un tenientito recién salido <strong>del</strong><br />
colegio militar. Luego agregó:<br />
-Usted no creyó nunca que nosotros pudiéramos aguantar tantas noches seguidas de<br />
combate y ataque. Esa fue mi carta de triunfo: insistir, insistir. <strong>La</strong> cosa fue sencilla.<br />
Esperaba a que fuera bien de noche, dejaba las ametralladoras pesadas en la trinchera, y le