La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal
La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal
La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
El Rojo Scott en Piré-Tú<br />
Aislados por cuatro o cinco grandes esteros, vivían lejos de toda civilización desde hacía<br />
más de ciento cincuenta años. Para el acceso a Piré-Tú había que cruzar en bateas el estero<br />
Yacaré, el Mburicaó los esteros <strong>La</strong>s Hermanas o el Ñeembucú. Los caballos nadaban a<br />
ambos lados de las bateas por estas aguas paralelas infestadas de reptiles. Se hablaba de la<br />
estancia Piré-Tú; pero eran varias estancias las que formaban una sola, enorme y salvaje.<br />
Los puesteros no habían visto nunca una ciudad, y ni siquiera un pueblo. No sabían lo que<br />
es una escuela. Allá, no llegaban periódicos y si hubiesen llegado, nadie hubiera podido<br />
descifrarlos. Y qué decir <strong>del</strong> telégrafo, de la radio, <strong>del</strong> teléfono. Nadie sabía lo que eran<br />
estas cosas.<br />
Para llegar de un puesto a otro se necesitaba cabalgar un día o más.<br />
En las pocas familias, de múltiples parentescos, la endogamia resultaba inevitable. El<br />
incesto a nadie preocupaba. No había jueces de paz, ni alcaldes, ni comisarios. Allá jamás<br />
llegaba un cura; ni siquiera un cura itinerante.<br />
Pero aquellos campesinos eran felices, más felices que todas las gentes que he conocido<br />
en este país y en el extranjero. Eran felices y pacíficos. No se recordaban peleas a cuchillo<br />
ni crímenes sangrientos tan comunes en otras regiones.<br />
Allá vivía el hombre natural, el buen salvaje de que tanto se habló. [42]<br />
Pero no eran salvajes, ni remotamente, antropófagos. Cuando conocí los cuadros de Paul<br />
Gauguin, años después, me acordé de aquella gente. Piré-Tú era otro Tahití que en vez de<br />
mar tenía esteros. Gauguin decía que la civilización nos hace sufrir; a él la barbarie lo<br />
rejuvenecía. Tenía razón. En aquel tiempo yo no necesitaba rejuvenecer; pero en Piré-Tú yo<br />
era más que yo. Allá el cielo parecía más alto, el <strong>del</strong> azul más brillante <strong>del</strong> mundo; los días<br />
lucían casi siempre celestes y dorados; las noches de pana turquí con estrellas tan bajas<br />
como al alcance de la mano. Había pocos ranchos. Distanciados de los demás por leguas y<br />
leguas, de vez en cuando se veía uno como un barquichuelo marrón cubierto de paja vieja<br />
en el mar amarillo de las praderas o en la linde verde de los bosques o en la grisácea de los<br />
esteros. Yo tuve que vivir mucho tiempo en esa estancia que pertenecía a uno de mis tíos,<br />
confinado yo por mis aventuras políticas, perseguido por civiles y uniformados<br />
infinitamente más brutos que la gente sencilla de Piré-Tú. Y me refugié en aquella<br />
propiedad de Edward Scott porque ningún otro miembro de mi familia tenía otra tierra tan<br />
vasta ni tan alejada como esta que venía <strong>del</strong> bisabuelo escocés Dugald Scott.<br />
Me llamaban allá el Dr. Scott o más comúnmente «El patrón». Yo no era doctor en<br />
aquel tiempo. Solamente estudiante de Derecho. En la Facultad me apodaban, a mis<br />
espaldas, se entiende, «El Rojo Scott», o «El Rijoso Scott». Y esto porque mi rostro era<br />
encarnado, mi pelo rojo y mi sangre fuego líquido. Sobre todo la mitad de mi sangre, mi<br />
sangre gringa de hacendados violentos y despóticos. No era culpa mía. Yo no podía<br />
controlar las urgencias de mi sangre en este cuerpo entonces hercúleo. No digo esto por<br />
vanidad o por jactancia sino porque es la pura verdad.