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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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de la vivienda. Casi al mismo tiempo se abrió la tronera de enfrente y salió fuera una<br />

escopeta de dos caños seguramente cargada para caza mayor.<br />

-¡Tire el revólver hacia adentro y empuje después el portón! -El portón estaba sin tranca.<br />

<strong>La</strong> tronera sólo dejaba ver el arma de dos caños. Yo hice pie en tierra y dejé mi calibre<br />

44 bajo el portón.<br />

-¡Empuje y entre! -me llegó cortante una orden brutalmente autoritaria. Cuando<br />

desarmado yo traspuse el umbral, se abrió la puerta frontal de la casa. En el vano, Caraí<br />

Gervasio con torva faz me encañonaba su arma empavonada.<br />

-¿Qué quiere usted?<br />

-Conocerle y tomar con usted unos tragos. Somos vecinos.<br />

-Pase a<strong>del</strong>ante.<br />

Ya dentro y sin dejar el arma a un lado, me mostró un banco bajo seguramente obra de<br />

sus manos.<br />

Su apariencia me sorprendió. Lo había imaginado muy diferente. Los hombros con<br />

joroba se le venían hacia a<strong>del</strong>ante. Cojo de un pie, tenía la cabeza grande. Feo, feísimo, la<br />

mirada de sus ojos claros inyectados en sangre era cazurramente burlona y cruel. Vestía<br />

camisa de dril, pantalón de montar y polainas curiosamente bien lustradas. Del cinturón le<br />

pendían dos revólveres, los dos no lejos el uno <strong>del</strong> otro. Le cruzaba el pecho una canana<br />

con proyectiles de winchister y cartuchos de escopeta.<br />

Aunque el corcovado emanaba ferocidad y grosería, yo estaba tranquilo, sereno y hasta<br />

divertido. Tuve de pronto la semiseguridad de que nada grave iba a pasar. Aunque en las<br />

dos habitaciones de la vivienda no había mucha luz natural ni artificial, no perdía detalle de<br />

lo que me rodeaba. Noté que en la pieza contigua a la en que él y yo estábamos [21] había<br />

una especie de bunker no subterráneo, con muros y techo de gruesos troncos, troncos <strong>del</strong><br />

mismo color rojizo de las paredes de la fortaleza. Noté que este bunker también tenía<br />

troneras. Calculé que se levantaba un metro y medio sobre el nivel <strong>del</strong> piso.<br />

A uno y otro lado de la habitación en que él y yo estábamos, había trofeos de caza -<br />

cabezas embalsamadas de pumas y <strong>jaguar</strong>es-; cubrían el piso pieles de grandes fieras con<br />

sus respectivas cabezas que no parecían muertas. Noté que Caraí Gervasio era dueño de un<br />

verdadero arsenal: rifles y escopetas colgaban en cruz, bajo las fauces feroces de los félidos<br />

ya mencionados. Cajas de proyectiles ocupaban rincones de la habitación contigua. Esto<br />

pude ver cuando Caraí Gervasio se levantó de golpe y abrió dos de las troneras-ventanas<br />

cercanas al bunker.<br />

-Don Gervasio, le traigo un regalito, regalo de buen vecino de estos bosques. Y le tendí<br />

una botella de caña de Piribebuy encorchada en la destilería de origen y con el lacre de esa<br />

misma procedencia.

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