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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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Me fijé bien en el lugar sobre el que yo había dormido, y entonces caí en la cuenta <strong>del</strong><br />

porqué de mi incomodidad [159] nocturna: había dormido yo sobre los restos de una<br />

momia muchas veces aplastada por las ruedas de los convoyes. Los huesos estaban casi <strong>del</strong><br />

todo enterrados en la alta capa de fina arena <strong>del</strong> camino. No muy lejos de donde había<br />

descansado la cabeza, pude distinguir la calavera, acaso la calavera de mi momia. El<br />

persistente hedor, hedor a veces disipado por la brisa, tenía su explicación. Los implacables<br />

soles <strong>del</strong> desierto, las tolvaneras, las lluvias a veces torrenciales, no habían desodorado <strong>del</strong><br />

todo los despojos de aquel soldado desconocido de las huestes <strong>del</strong> Altiplano.<br />

- II -<br />

En los vivaques las amistades se traban en forma rápida y cordial. El teniente Cabrera<br />

nos había divertido la noche anterior contando sus aventuras con su camión. Porque el<br />

camión que nos había traído hasta aquel paraje era suyo. Como oficial de Administración,<br />

como no combatiente, a él le tocaba la tarea de proveer de municiones de boca a las tropas<br />

<strong>del</strong> frente. Más de una vez se había salvado de un cuatreraje, de una emboscada. Una vez su<br />

camión fue tomado -por poco tiempo- por una patrulla. Lo rescató él al frente de un<br />

refuerzo inesperado: un batallón que por casualidad salió sobre el camino muy cerca de<br />

donde su camión -que iba a ser incendiado- estaba en manos <strong>del</strong> enemigo.<br />

-No me extrañaría -había dicho Cabrera mientras nos conducía por la oscuridad- no me<br />

extrañaría que nos saliera al paso una patrulla. Yo siento una comezón en la nariz cuando<br />

hay peligro de patrullero...<br />

A la oscura luz <strong>del</strong> tablero de instrumentos yo podía ver su perfil simpático, su bigotillo<br />

rubión, y sobre el bigotillo [160] las muecas de su nariz aguileña, de su nariz profética en<br />

sus comezones.<br />

El parabrisas de su camión constaba de dos vidrios; el inferior, fijo; y el superior,<br />

movible. Aunque hubiera mucho polvo en el viento, Cabrera, cuando olía el peligro y le<br />

cosquilleaba la nariz, abría hacia a<strong>del</strong>ante el vidrio movible y lo ajustaba a unos cinco<br />

centímetros <strong>del</strong> vidrio fijo, formando sobre este un piano inclinado.<br />

¿Por qué hacía esto el teniente Cabrera? Pues era una precaución que le había salvado la<br />

vida ya el año anterior: si una ráfaga de ametralladora granizaba de súbito sobre el<br />

parabrisas, el vidrio movible ajustado en plano calculado, desviaba los proyectiles. Yo<br />

estaba dispuesto a creer lo que Cabrera nos explicaba; mi otro amigo afirmó incrédulo que<br />

eso era una superstición. Si ahora, por ejemplo, desde ese bosquecillo venía una ráfaga de<br />

ametralladora, nos hacía fiambres de los tres, sin remedio. En eso, a mano izquierda, se<br />

produjo una agitación en el boscaje ralo. Cabrera, en el acto, empuñó uno de los dos fusiles<br />

que llevaba sobre cada uno de los guardabarros.<br />

Falsa alarma. Habrá sido un venado, porque nada pasó, nada vino furiosamente hacia<br />

nosotros a la luz de los faros, en la noche.

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