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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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echábamos hacia atrás para escapar de esos carbones encendidos que nos espiaban desde lo<br />

alto <strong>del</strong> caballo, entre el rumor de las armas, y los herrajes...<br />

Yo, conmovido por la prosa de Roa cuyo dramatismo trato de interpretar ante un<br />

auditorio todavía ilusorio de hispanistas famosos, oigo de pronto un estampido que me<br />

sobrecoge como si dispararan hacia el aposento las carabinas de la guardia dictatorial. Y es<br />

que alguien se precipita violentamente en el aposento empujando las hojas de la puerta y<br />

cerrándolas de nuevo hacia afuera y oigo el ruido de la pesada llave de hierro que cierra,<br />

desde afuera la cerradura antigua.<br />

¡Es el steward que, conforme al rito centenario, me ha encerrado, a la hora<br />

reglamentaria, en mi húmeda prisión claustral! [176]<br />

Yo he tirado sobre la cama el manuscrito de mi ponencia y me he incorporado con<br />

espanto. Suenan luego unos pasos duros sobre el pavimento de la galería, unos pasos que se<br />

alejan en la noche, mientras un silencio ahora más opresivo que nunca, vuelve a llenar mi<br />

habitación.<br />

¡Yo había olvidado al steward pero Oxford no se había olvidado de sus prácticas<br />

seculares! [177]<br />

En la universidad de Oxford<br />

El fin de una tradición<br />

- III -<br />

¿Cuántas horas dormí tranquilo en la vetusta cama de mi alcoba oxoniense? Esto no<br />

recuerdo ni tiene importancia. Recuerdo, sí, mi despertar: en la madrugada se abrió la<br />

puerta con estruendo y se abalanzó dentro de la pieza un hombre rubio, <strong>del</strong>gado, dando<br />

alaridos. Y ya junto a mi cama, gesticulante, el steward me exigía perentoriamente, como si<br />

hubiera un incendio en Oxford, que me despertara, que me levantara inmediatamente. Yo,<br />

sin entender lo que pasaba, me incorporé en el lecho, lleno de estupor. Pero ya el steward,<br />

viéndome despierto, se iba con su llavero de hierro <strong>del</strong> que colgaban muchas grandes<br />

llaves, a despertar a otros durmientes.<br />

<strong>La</strong> sorpresa, el susto, la indignación, me dejaron largamente trastornado. ¿Por qué<br />

despertarme así, tan temprano, cinco horas antes de la primera reunión matinal <strong>del</strong><br />

congreso?<br />

¡Qué práctica estúpida esta de invadir la alcoba de un profesor extranjero, huésped de<br />

Oxford, sin ninguna justificación, sólo porque en esta y en otras alcobas, durante el año<br />

académico, se despertara de este modo bárbaro a jovencitos ingleses que tenían toda su

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