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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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Mamá da la dirección de los Recalde-Recalde al chófer de ojos azules y tan saltones que<br />

parece se les van a desprender y caer sobre el volante. El coche, cuyo motor hace gran<br />

ruido, y al que el chófer ha puesto en marcha con muchas vueltas <strong>del</strong> manubrio oscilante en<br />

la parte <strong>del</strong>antera, ahora con trepidación y mucho humo gris azulado, arranca. [101] Y ya<br />

nos vamos subiendo por la calle casi desierta y mal empedrada, la calle Méjico. Méjico<br />

arriba, vamos dando tumbos.<br />

A los pocos minutos es tal el traqueteo <strong>del</strong> Ford que este amenaza con deshacerse con el<br />

próximo barquinazo, y sus cuatro ruedas, como la de la Fortuna -que creo tiene una o dos<br />

alas- se echarán entonces a girar por su cuenta, y en dirección opuesta a nuestro rumbo, esto<br />

es, tomarán el de la calle Méjico abajo, cuya pendiente opone al antiguo motor una tenaz<br />

resistencia.<br />

Yo me quejo, con voz insegura, mientras trato de aferrarme a la portezuela izquierda de<br />

atrás y de una barra de madera o metal de la capota para mantenerme en equilibrio sobre el<br />

asiento golpeante.<br />

-«Mamá, este auto es muy malo...» -«Es un paseo en auto» -es la respuesta- « no te<br />

quejes de balde». Pero ella tampoco va muy cómoda, to say the least, y su sombrero de<br />

anchas alas de encaje ya tiene una especie de abolladura que trata ella de arreglar cuando la<br />

marcha, menos violenta, le deja libre una de las dos manos ocupadas en mantenerse firme<br />

en el asiento.<br />

Doblamos hacia la izquierda y tomamos quién sabe qué otra calle tan mal empedrada<br />

como la anterior, y llegamos por fin a nuestro destino.<br />

Aquí se produce un terco apagón de las no muy claras luces <strong>del</strong> recuerdo. ¿Cómo era la<br />

fachada de la casa o tenía esta un portón de metal como los de las quintas? No podría<br />

decirlo. Lo cierto es que ya me encuentro en la casa de los Recalde-Recalde, en la sala de<br />

esa casa. El ambiente me parece suntuoso, y ha de serlo. Hay, formando una rueda, varios<br />

sillones y, en ellos, sentadas con rigidez unas ancianas ceremoniosas, lentas, de aire<br />

aristocrático que, naturalmente, cuando me obligan a acercarme, me besan no sin cierta<br />

humedad desagradable. Aunque no puedo asegurar que esta humedad haya podido existir<br />

en realidad [102] y traspasar los velos o tules que cubren los semblantes, y ponen sombras<br />

sobre mejillas áridas.<br />

-Es idéntico al padre -sentencia una matrona toda vestida de un gris casi negro, con un<br />

collar de perlas en torno al cuello grueso.<br />

Alumbran la sala unas lámparas que no logran disipar la oscuridad de los cuatro<br />

rincones lejanos unos de otros porque la sala es muy grande; ni dibujar con claridad<br />

antiguos muebles cuyos perfiles severos se insinúan en el ámbito dilatado.<br />

Una empleada -una mucama- sirve copitas de oporto en bandeja de plata. En una<br />

consola de espejo alto, patas corvas y doradas y tablero de mármol blanco hay una<br />

bombonera plateada, y en esta bombonera, confites de varios colores, de forma ovalada, o<br />

esférica.

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