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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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los admiro a los dos adalides convencido de que en su dispar estilo vital residen<br />

sobresalientes virtudes militares y humanas. Los dos, a lo largo de tres años de guerra, han<br />

realizado hazañas memorables, han demostrado ser extraordinarios «pastores de hombres»<br />

como se lee en <strong>La</strong> Ilíada.<br />

Hay un momento en la historia militar de estos jefes en que se revela nítidamente la<br />

índole distinta de sus respectivos temples guerreros. Habrá más de uno, claro está; pero<br />

aquí quiero evocar un solo momento, en el historial de ambos adalides.<br />

Carandayty (1935)<br />

En víspera de la victoria de Campo Vía, ante el escepticismo acaso algo irónico <strong>del</strong><br />

general Freydenberg, <strong>del</strong>egado de la Liga de las Naciones, Estigarribia profetiza el triunfo<br />

de sus armas, sin alzar la voz, en tono sereno, pero con absoluta confianza y certidumbre;<br />

«<strong>La</strong> destrucción <strong>del</strong> enemigo es una operación matemática.» En esta frase precisa,<br />

inequívoca, lacónica sin énfasis, está todo Estigarribia. En Franco hay este momento<br />

singularmente [147] revelador. Un momento espectacular que ha de sugestionar la<br />

imaginación de sus contemporáneos y la de la posteridad.<br />

Franco jura solemnemente en Gondra, al pie de la bandera después que la banda de la<br />

Primera División ejecuta el himno patrio -jura que esa bandera no será jamás arriada por el<br />

enemigo. Luego, y ya a la hora <strong>del</strong> amanecer, se retira a meditar a solas sobre el juramento<br />

suyo y de sus tropas, y a contemplar la tricolor a los primeros reflejos <strong>del</strong> sol naciente.<br />

Dos temperamentos, dos revelaciones, igualmente significativas.<br />

Ahora me alejo a paso lento <strong>del</strong> edificio de dos plantas hacia las afueras de Carandayty y<br />

pronto avanzo por campo abierto. Cuando regreso, con el último sol, Estigarribia y Franco<br />

siguen conversando en el salidizo. Franco se muestra acalorado y vehemente. El tacón de la<br />

bota derecha -el de la pierna renga- hace sonar la madera seca; Estigarribia lo oye<br />

imperturbable, inmóvil, mirando pensativo el horizonte.<br />

Cuartel general de cuatro jefes<br />

Este largo edificio de dos plantas tiene una curiosa historia en los anales de Bolivia y<br />

Paraguay. Primero fue cuartel general de Enrique Peñaranda; después lo fue de David Toro,<br />

comandante <strong>del</strong> célebre Cuerpo de Caballería aniquilado en desastrosa campaña; luego

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