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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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A fines de agosto tomé un avión no muy grande que me llevó hasta Río de Janeiro.<br />

Como los aviones de hace medio siglo no eran de largo vuelo, tardé seis días en llegar a<br />

Miami: los aviones de entonces no volaban de noche; tuvimos que pernoctar en varias<br />

ciudades costeras <strong>del</strong> Brasil y de las Antillas. [184]<br />

En Miami abordé un tren que debía llevarme a Wisconsin tras cruzar todo el Estado de<br />

Florida, el de Georgia, el Tennessee, el de Kentuky y el de Illinois, para pasar por Chicago<br />

y, ya no lejos, arribar por fin a Madison, la ciudad universitaria. ¡En esa ciudad iba yo a<br />

vivir cinco años!<br />

Mi largo viaje en tren por esos estados fue mi primera experiencia de la espontánea<br />

disciplina <strong>del</strong> pueblo norteamericano. Recuerdo el gran coche comedor donde se servían las<br />

comidas con un maravilloso orden. <strong>La</strong> vajilla era excelente sobre manteles nítidos. Los<br />

mozos vestían limpia chaqueta blanca; había flores en todas las mesas en las que brillaban<br />

pesados cubiertos que acaso fueran de plata. <strong>La</strong>s abluciones matinales me llamaron la<br />

atención por el respeto y el orden con que se comportaban todos los viajeros: soldados,<br />

muchos soldados y muchos oficiales y estudiantes, comerciantes y, en fin, hombres de<br />

diversas clases sociales, -todos al parecer rigurosamente entrenados acerca de cómo utilizar<br />

los lavabos de metal reluciente. Cada pasajero, tras lavarse la cara, afeitarse y peinarse, (y<br />

en cuyas manos un empleado <strong>del</strong> tren había antes puesto una toalla), usaba esta para secar,<br />

para limpiar el lavabo como si fuera una patena y, después arrojaba la toalla en un canasto.<br />

De modo que nadie llegaba después de él sin encontrarse con un lavabo perfectamente<br />

limpio.<br />

Ya al partir de Miami conocí a un ingeniero brasileño. Era el único viajero con quien<br />

podía entenderme. Él me dijo que iba a Atlanta, Georgia, donde tenía un pariente.<br />

¿De modo que pasaríamos por Atlanta y, lo que es mejor, el tren, según el ingeniero, se<br />

detendría bastante tiempo en la estación de la ciudad? Yo había leído recientemente una<br />

descripción dramática de Atlanta en la novela Lo que el viento se llevó. En aquel tiempo<br />

esta novela se vendía en las calles de Buenos Aires, de Río de Janeiro y otras ciudades<br />

como se venden periódicos o cajitas de chicles. [185]<br />

-¡Lo que el viento se llevó! -voceaban los vendedores callejeros en Buenos Aires;- ¡O<br />

que o vento levou! -voceaban los de Río.<br />

Durante el largo viaje desde Asunción y en los cuartos de hotel en los que me había<br />

alojado noche tras noche, yo había leído, traducida al español, la famosísima ficción de<br />

Margaret Mitchel (1900 - 1949) y había leído en André Maurois, autor favorito entonces,<br />

que él se había encontrado, por pura casualidad, en un tren, con Margaret Mitchel. Yo<br />

llevaba en mí todo aquel mundo romántico de la Guerra de Secesión. De modo que cuando<br />

me enteré de que pasaría yo por Atlanta y de que el tren se detendría allí un buen rato, sentí<br />

una profunda emoción. ¡Atlanta! En la novela se describe inolvidablemente una lámpara<br />

que tras la fuga de Atlanta de sus dueños, quedaba encendida sobre una acera. Creo que el<br />

cielo nocturno estaba lleno de resplandores de incendios y que retumbaba un terrible<br />

cañoneo. No lo sé bien, no lo recuerdo.

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