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La doma del jaguar - Biblioteca Virtual Universal

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El Gran Salón de la Casa Scott estaba hacía varios lustros cerrado con llave. Una pesada<br />

llave que, más que llave parecía un arma antigua de labor artística.<br />

Pero mi hermano Artemio y yo pudimos entrar en el salón por una de sus doce ventanas.<br />

De esto hace más de cincuenta años. Nos costó días de trabajo forzar esas maderas<br />

centenarias. Una vez dentro <strong>del</strong> salón nos felicitamos.<br />

¡Qué muebles, qué cuadros, qué cortinados, qué tapices, qué alfombras!<br />

Guardaban la llave <strong>del</strong> salón tres sirvientas viejísimas de mi difunta bisabuela. Ellas<br />

cuidaban bien los muebles. Aunque ya medio ciegas, los mantenían limpios, sin telarañas,<br />

sin polvo.<br />

Lo que más nos llamó la atención a Artemio y a mí, en los primeros días, fueron los<br />

instrumentos. Sabíamos que todos los Scott de antes, hombres y mujeres, fueron músicos.<br />

Ahora lo comprobábamos. Él y yo también éramos músicos. Había un piano de cola, medio<br />

fúnebre, sí, pero muy bueno; había flautas, oboes, un violoncelo y varios violines. Artemio<br />

entonces era medio pianista; yo medio violinista. Hoy sigo siendo medio violinista.<br />

<strong>La</strong> casa, edificada por el fundador de la familia, el barbudo Dugald Scott, estaba<br />

deshabitada desde tiempo inmemorial. Cada vez que penetrábamos en el Salón, Artemio y<br />

yo hacíamos un poco de mala música. Y después nos plantábamos frente al retrato de<br />

Dugald Scott que, según se [52] decía, había sido pintado por Joshua Reynolds o algún<br />

discípulo suyo. «Era más colorado que nosotros» decía yo. Ya en aquel tiempo me<br />

llamaban a mí el Rojo Scott, cosa que no me gustaba <strong>del</strong> todo.<br />

No sé por qué mis padres y mis tíos (había en la casa lugar de sobra para varias familias)<br />

preferían no vivir en la Casa Scott. Así la llamábamos.<br />

Mis padres y mis tíos habitaban en casas modernas o semimodernas o se pasaban la<br />

mayor parte <strong>del</strong> año en sus estancias. Artemio y yo decidimos que la casa fuera nuestra y de<br />

nadie más, ahora que ya éramos secretos dueños <strong>del</strong> Salón. En la casa nos instalaríamos<br />

para estudiar con algunos compañeros de la Facultad. Allí había, en sus largos corredores,<br />

grandes mesas antiguas con superficie para docenas de libros y jarras de tereré. Artemio y<br />

yo decidimos no contar a nadie que teníamos acceso al Salón de Mr. Dugald Scott.<br />

Circulaban varias leyendas sobre la casa Scott. Se decía que estaba embrujada,<br />

hechizada, encantada. ¿Qué quería decir esto? Sencillamente que en la casa había Poras,<br />

Fantasmas o acaso un solo espectro más temible que otros muchos. Se aseguraba que<br />

dentro de la casa o en su amplio solar de unas dieciocho manzanas, en cuyo centro mismo<br />

se levantaba el edificio, había entierros. Los Scott de antes tenían fama de opulentos.<br />

Durante o después de la Guerra Grande deberían de haber enterrado grandes tesoros.<br />

Lo que en guaraní se llama plata ivivy.<br />

<strong>La</strong> creencia en tesoros enterrados en este país es ya manía de varias generaciones. En<br />

este país se ha cavado la tierra más en busca de tesoros que para sembrarla o para abonarla.

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