Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres
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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />
que Yoleta hubiese estado ahí para verlos y contarme su historia, pues ella se interesaba en<br />
esos asuntos y sentía una maravillosa predilección por toda la raza plumífera. Tenía sus<br />
favoritos entre las aves, según la estación, y la clase que más estimaba habían llegado<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía más <strong>de</strong> un mes y su número aumentaba diariamente hasta que los montes y los<br />
campos estuviesen poblados con sus bandadas.<br />
A esta especie la llamaban pájaro-nube, <strong>de</strong>bido a su hábito semejante al <strong>de</strong>l estornino<br />
<strong>de</strong> rodar alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> las tierras en las cuales se alimentarían. Luego se precipitaban en<br />
masa, se dispersaban y volvían a reunirse repetidas veces, <strong>de</strong> modo que, avistada <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la<br />
distancia, una bandada numerosa tenía el aspecto <strong>de</strong> una nube que alternativamente crecía<br />
o se tornaba <strong>de</strong>lgada cambiando <strong>de</strong> continuo su forma. Era un tanto más gran<strong>de</strong> que el<br />
estornino con un vuelo más libre y más rico plumaje <strong>de</strong> un azul profundo y lustroso o un<br />
azul casi negro y su pecho era <strong>de</strong> un brillante color castaño. Cuando estaban a mano, y bajo<br />
el sol brillante, era bellísimo apreciar los juegos aéreos <strong>de</strong> la bandada, mientras giraban en<br />
redondo o se <strong>de</strong>splegaban como movidos por un solo impulso, luciendo primero ese<br />
llamativo azul, luego las relucientes superficies <strong>de</strong> sus pechos castaños que el ojo podía<br />
advertir. Ese efecto embriagador se aumentaba con su canto <strong>de</strong> notas como campanas que<br />
proferían todas al unísono, y mientras pasaban, giraban o se volvían en el aire, llegaban a<br />
intervalos, esas oleadas <strong>de</strong> sonidos melodiosos como la más perfecta expresión <strong>de</strong>l júbilo<br />
salvaje <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong> los pájaros. Yoleta, refiriéndose <strong>de</strong>l modo más <strong>de</strong>licioso acerca <strong>de</strong> sus<br />
amados pájaros-nube, me había dicho que pasaban el verano en los gran<strong>de</strong>s esteros<br />
solitarios, construyendo en los juncales sus nidos, pero con el tiempo frío se iban lejos y en<br />
esas circunstancias parecían siempre preferir la vecindad <strong>de</strong>l hombre, permaneciendo, en<br />
gran<strong>de</strong>s bandadas, cerca <strong>de</strong> La Casa hasta la próxima primavera. En esta luminosa y<br />
asoleada mañana, estaba asombrado por las multitu<strong>de</strong>s que había visto durante mi<br />
caminata: sin embargo, no era extraño que abundasen tanto los pájaros si se tenía en cuenta<br />
que ya no había salvajes sobre la tierra, que entretuvieran sus mentes huecas matando esos<br />
seres alados con arcos y flechas, ni la Compañía <strong>de</strong> Indias, ni mujeres infieles, clamando<br />
por trofeos y adornando sus cabezas con pieles y plumas arrancadas a los pájaros muertos.<br />
Cuando finalmente llegué al monte, fui hacia el sitio en el cual había <strong>de</strong>rribado al<br />
enorme árbol en mi última y <strong>de</strong>sastrosa estancia, lugar don<strong>de</strong> Yoleta, ya liberada <strong>de</strong> su<br />
confinamiento, me había hallado. Ahí yacía el rústico tronco gigante como lo había <strong>de</strong>jado<br />
y una vez más comencé a golpear las ramas más gran<strong>de</strong>s, pero mis golpes <strong>de</strong> hacha<br />
parecían no causar ningún efecto y al fatigarme muy pronto llegué a la conclusión <strong>de</strong> que<br />
aún no estaba en condiciones para esa tarea y me senté a <strong>de</strong>scansar. Rememoré cómo,<br />
cuando sentado en ese mismo lugar, había escuchado un suave rumor entre las hojas<br />
marchitas y alzando los ojos había visto a Yoleta viniendo rauda hacia mí, con los brazos<br />
extendidos y su cara radiante <strong>de</strong> alegría. Acaso volviese hoy a mí; si, era seguro que<br />
vendría, pues lo <strong>de</strong>seaba tan intensamente y ella estaría con ansiosa preocupación<br />
pensando en mí y acaso pudiera faltar una hora <strong>de</strong> la alcoba <strong>de</strong> la enferma. Los árboles y<br />
arbustos me impedirían verla llegar, pero la habría <strong>de</strong> escuchar tal como la otra vez.<br />
Permanecí inmóvil, reteniendo el aliento, agudizando mis sentidos para captar el primer<br />
leve rumor <strong>de</strong> su ligero paso y, cada vez que oía un pajarillo saltando sobre el suelo,<br />
quebrando una hoja caída, me levantaba para darle la bienvenida y abrazarla. Pero ella no<br />
llegó y con mi esperanza y el corazón <strong>de</strong>fraudados, me tapé la cara con las manos, y débil<br />
y miserable lloré como una criatura <strong>de</strong>cepcionada.<br />
Al momento algo me tocó y al retirar las manos <strong>de</strong> mi rostro, vi el enorme perro<br />
plateado que había acudido al llamado <strong>de</strong> Yoleta cuando me había <strong>de</strong>smayado; estaba<br />
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