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Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres

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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />

Acepté alegremente, nunca había caminado solo con ella y <strong>de</strong> hecho no me había<br />

acompañado con ella <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese primer día cuando colocó su mano en la mía, pero, ahora<br />

estábamos íntimamente más cerca el uno <strong>de</strong>l otro.<br />

Me condujo a un lugar a menos <strong>de</strong> un kilómetro <strong>de</strong> La Casa; ahí el agua corría<br />

ruidosamente sobre un lecho pedregoso y formaba numerosas corrientes profundas entre<br />

las rocas por don<strong>de</strong> uno podía cruzar saltándolas.<br />

Yoleta iba señalando el camino brincando airosamente <strong>de</strong> piedra en piedra, mientras<br />

yo, ansioso por escapar <strong>de</strong> una mojadura, la seguía con cautela; mas, cuando hube llegado<br />

felizmente y creía que nuestro grato andar estaba por iniciarse, ella imprevistamente partió<br />

hacia la sierra con paso tan rápido que muy pronto me <strong>de</strong>jó atrás. Al advertir que no podía<br />

alcanzarla le grité para que me aguardase, se <strong>de</strong>tuvo y quedó quieta hasta que estuviese a<br />

tres o cuatro metros <strong>de</strong> distancia, y entonces escapó otra vez rauda como el viento. Por fin<br />

llegó al pie <strong>de</strong> la sierra y se sentó hasta que me reuniese con ella.<br />

- Por el amor <strong>de</strong> Dios, Yoleta, comportémonos como seres racionales y caminemos<br />

tranquilamente. Eso comenzaba a <strong>de</strong>cir cuando se alejó <strong>de</strong> nuevo y bailoteando ascendía<br />

con energía inagotable que me asombraba tanto como me exasperaba.<br />

- Espéreme sólo una vez más, exclamé.<br />

Entonces en la mitad <strong>de</strong>l ascenso se <strong>de</strong>tuvo a sentarse sobre una piedra.<br />

Es mi oportunidad, pensé listo a resarcir mi insuficiente rapi<strong>de</strong>z y a obrar con mayor<br />

astucia, lo que nos igualaría. Llegaré sigilosamente y la sorpren<strong>de</strong>ré dormitando y la<br />

tomaré fuertemente <strong>de</strong>l brazo hasta que la caminata haya terminado, pues hasta aquí sólo<br />

había sido una loca cacería.<br />

Avanzaba lenta y dificultosamente y cuando me acercaba para llevar a cabo mi plan<br />

se alejó ligera, con una risa alegre, y no se <strong>de</strong>tuvo más hasta la cima. Totalmente fatigado y<br />

vencido me senté para <strong>de</strong>scansar; al alzar la vista la vi en lo alto, parada inmóvil sobre una<br />

piedra semejando una estatua que se perfilase contra el azul <strong>de</strong>l cielo. De nuevo me levanté<br />

y esforcé hasta alcanzarla y ahí me <strong>de</strong>splomé sobre el pasto, vencido por la fatiga.<br />

- Otra vez que me invite a caminar, Yoleta - ja<strong>de</strong>é - no me moveré a menos que tenga<br />

yo una soga colocada alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> su cintura para <strong>de</strong>tenerla cuando pretenda escapar en<br />

esa loca carrera. Me ha <strong>de</strong>jado sin aliento y eso que estaba en bastante buen estilo.<br />

Ella rió, <strong>de</strong> un salto estuvo en el suelo y se sentó a mi lado, tomé su mano y la retuve<br />

fuerte.<br />

- Ahora no se escapará y saldrá corriendo, dije.<br />

- Pue<strong>de</strong> tenerme la mano, contestó, no tiene nada que hacer aquí arriba.<br />

-¿Puedo <strong>de</strong>stinarla a algo útil? puedo hacer lo que quiera con ella?<br />

- Sí pue<strong>de</strong>, agregó con una sonrisa, ahora no tiene espina alguna.<br />

Se la besé repetidas veces, en el frente, en la palma, la muñeca, luego le <strong>de</strong>diqué una<br />

caricia separada a las yemas <strong>de</strong> cada <strong>de</strong>do.<br />

-¿Por qué me besa la mano?, inquirió.<br />

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