<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong> - Yo también soñé contigo; fue <strong>de</strong>spués que Edra me contase lo pálido y triste que estabas. - Cuéntame uno <strong>de</strong> tus sueños, querida. - Soñé que estaba en mi lecho, acostada, <strong>de</strong>spierta, envuelta por los rayos lunares; tenía frío y lloraba amargamente por haber sido <strong>de</strong>jada sola por tanto tiempo. De pronto, te vi parado a mi lado, a la luz <strong>de</strong> la luna “¡Pobre Yoleta!, dijiste, tus lágrimas te han enfriado como una lluvia invernal". Luego, me las enjugaste a besos y cuando me tuviste entre tus brazos apoyé mi rostro contra tu pecho y <strong>de</strong>scansé feliz, arropada por tu amor. ¡Cuánto me enloquecieron sus <strong>de</strong>liciosas palabras! Hasta mi lengua y mis labios parecieron secarse como ceniza por la fiebre que me poseía y sólo podía susurrar roncamente cuando atiné una respuesta. La liberé <strong>de</strong> mis brazos y me senté sobre el árbol caído, todos mis ardorosos raptos transformados en una gran <strong>de</strong>cepción. ¿Habría <strong>de</strong> ser siempre así, seguiría ella abrazándome y hablándome con palabras <strong>de</strong> simulada pasión sin que los sentimientos afectaran su corazón? No podía seguir soportando tal estado <strong>de</strong> cosas y mi pasión burlada y <strong>de</strong>fraudada, una y otra vez, terminaría por <strong>de</strong>struirme, pues muchos hombres habían sido conducidos por el amor hasta tal fin y las mujeres por las cuales murieron comparadas con Yoleta resultaban como seres <strong>de</strong> yeso comparadas con una <strong>de</strong> las inmortales. Traté <strong>de</strong> recordarlos, pero mi mente se confundía cada vez más. ¿No era ella un ser <strong>de</strong> un or<strong>de</strong>n superior al mío? Era una tontería pensar <strong>de</strong> otra manera; más, ¿cómo se habían comportado siempre los mortales cuando quisieron <strong>de</strong>sposar a seres celestiales? Entorné los ojos para pensar y al volver a abrirlos vi a Yoleta arrodillada frente a mí, observándome <strong>de</strong>tenidamente con expresión <strong>de</strong> alarma. -¿Qué te ocurre, Smith? ¡Pareces enfermo!, dijo ella y <strong>de</strong> inmediato posando su mano fresca sobre mi frente, prosiguió: ar<strong>de</strong> como fuego. - No es <strong>de</strong> extrañar, dije, estoy exprimiendo mis sesos para procurar recordar acerca <strong>de</strong> aquellos que habrían muerto por amor. ¿Cuáles fueron sus nombres y qué había ocurrido con los que amaron? ¿Pue<strong>de</strong>s tú <strong>de</strong>círmelo? - Estás enfermo, tienes fiebre y pue<strong>de</strong>s morir, exclamó enlazando mi cuello con sus brazos y presionando su mejilla con la mía. Sentí una sensación <strong>de</strong> rara imbecilidad mental; me enfadaba que me dijese que estaba enfermo. - No estoy enfermo, protesté débilmente; nunca me he sentido mejor en mi vida, pero no pue<strong>de</strong>s respon<strong>de</strong>rme quiénes eran aquellos a los que quiero recordar. Respón<strong>de</strong>me o enloqueceré. Se puso <strong>de</strong> pie y tomando el pequeño silbato <strong>de</strong> metal que colgaba <strong>de</strong> su lado, emitió una nota aguda que pareció horadar mi cabeza con una lanza <strong>de</strong> acero. Traté <strong>de</strong> levantarme <strong>de</strong> mi asiento y me <strong>de</strong>slicé al suelo mientras una oscura niebla parecía envolver toda la luz <strong>de</strong>l día y con ella la esperanza estaba sumiendo al mundo. Pero algo se nos acercaba saliendo entre esa niebla y oscuridad universales que nos cercaba; se acercaba raudo, a través <strong>de</strong>l monte, un enorme lobo gris. No, no era un lobo; eso no habría sido nada ante esto: ¡un enorme rugiente león irrumpiendo a través <strong>de</strong>l bosque, un monstruo que crecía <strong>de</strong> tamaño, <strong>de</strong> aspecto enorme y horrible, sobrepasando todos los monstruos imaginables, a cuantas bestias gigantescas y <strong>de</strong>formadas que hubiesen existido en las pasadas eras geológicas; un león con dientes como colmillos <strong>de</strong> elefantes, su cabeza envuelta en una negra nube <strong>de</strong> tormenta por don<strong>de</strong> emergían sus ojos brillando cual soles rojos como la sangre! Yoleta, mi amor, con un grito en sus labios, se a<strong>de</strong>lantaba hacia él, perdida, perdida Página 80 <strong>de</strong> 109
<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong> para siempre. Me <strong>de</strong>batí locamente para levantarme y correr en su auxilio, y tras gran<strong>de</strong>s esfuerzos logré ponerme <strong>de</strong> rodillas para caer <strong>de</strong> nuevo inconsciente. Página 81 <strong>de</strong> 109