Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres
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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />
labios crispados, pero sus ojos muy abiertos estaban fijos en mi rostro cuando ingresé a la<br />
habitación y parecían expresar más angustia mental que sufrimiento físico. A la cabecera<br />
<strong>de</strong>l lecho estaba el padre teniendo su mano en la suya; cuando entré se levantó y me hizo<br />
lugar yéndose hacia los pies, don<strong>de</strong> dos mujeres estaban sentadas. Me arrodillé junto al<br />
lecho <strong>de</strong> Chastel y Yoleta se levantó y tiernamente colocó mi mano <strong>de</strong>recha sobre la frente<br />
<strong>de</strong> su madre, diciéndome en secreto que la <strong>de</strong>jase <strong>de</strong>scansar allí muy suavemente. También<br />
ella se alejó unos pasos.<br />
Chastel no habló, por unos minutos continuaron sus bajos y dolorosos quejidos; sólo<br />
sus ojos permanecían fijos en mi cara y por fin, sintiéndome incómodo por la fijeza con<br />
que me escudriñara, le dije en un murmullo:<br />
- Queridísima madre, ¿quiere <strong>de</strong>cirme algo?<br />
- Sí, acérquese más, -respondió, y cuando hube acercado mi mejilla a su cara,<br />
prosiguió: -No tema, hijo mío, no moriré, no puedo morir hasta que aquello <strong>de</strong> lo cual le<br />
hablé se cumpla.<br />
Me regocijé ante sus palabras y al mismo tiempo me apenaron; parecía que ella<br />
hubiera intuido cuánto se había <strong>de</strong>sasosegado mi corazón por ese innoble temor.<br />
- Querida madre, ¿puedo <strong>de</strong>cirle algo? -inquirí, anhelando <strong>de</strong>cirle <strong>de</strong> mi resolución.<br />
- Ahora no, sea paciente y tenga siempre esperanza, y no tema a nada aun cuando<br />
estemos por largo tiempo separados; pasarán muchos días antes que pueda <strong>de</strong>jar esta<br />
alcoba y conversar con usted otra vez.<br />
Tan levemente había susurrado lo dicho que quienes estaban más cerca no<br />
advirtieron en absoluto que había hablado.<br />
Tras el breve coloquio cerró los ojos; aun por un rato sus quejas continuaron.<br />
Gradualmente se fueron apagando y fueron menos y menos frecuentes y las huellas <strong>de</strong><br />
dolor se fueron borrando <strong>de</strong> su rostro casi <strong>de</strong> muerta. Al fin, Yoleta, acercándose<br />
quedamente a mi lado susurro:<br />
- Está durmiendo, y retirando mi mano me alejó.<br />
Cuando estuvimos otra vez en el Aposento <strong>de</strong> la Madre me abrazó y soltó un llanto<br />
incontenible.<br />
-Queridísima Yoleta, consuélese, -dije estrechándola contra mi pecho, -ella no<br />
morirá.<br />
-¡oh, Smith!, ¿cómo lo sabe?, respondió pronta alzando hacia mí su rostro empapado<br />
en llanto.<br />
De cuanto Chastel me había dicho en secreto sólo repetí esas palabras: “Yo no<br />
moriré", pero nada más; fueron a pesar <strong>de</strong> todo <strong>de</strong> gran alivio para ella y su dulce y<br />
apenada cara lució como una flor marchita tras la lluvia.<br />
- Ah, entonces ella sabía que el roce <strong>de</strong> su mano la haría dormir y que el sueño la<br />
salvaría, me dijo sonriendo.<br />
- Y tú, mi amada, ¿cuánto hace que esos dulces párpados tan irritados no se cierran?<br />
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