Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres
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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />
extrema lealtad, haciendo que la mía se abatiese ante la suya. Luego, tras una pausa, atrajo<br />
mi cabeza contra sus rodillas y habló con increíble ternura.<br />
-¿Es que encuentras tan difícil poner en práctica un poco <strong>de</strong> paciencia, hijo mío, que<br />
no prestas aquiescencia a lo que te digo, temes <strong>de</strong>jar tu futuro en mis manos? Es corto el<br />
tiempo para todo lo que tengo que hacer; sin embargo, <strong>de</strong>bo ser paciente y esperar aun<br />
cuando para mí es más difícil. Pues tu llegada, a la que no presté atención al principio por<br />
ver en ti sólo un peregrino como otro, uno que tras acci<strong>de</strong>ntes en su viajar había<br />
naufragado y sin hogar en el mundo, lo hallamos y dimos albergue ahora, ha traído algo<br />
nuevo a mi vida, y si esta fresca esperanza, que es sólo una vieja esperanza renacida,<br />
alguna vez halla su realización entonces la muerte per<strong>de</strong>rá mucha <strong>de</strong> su amargura. Mas,<br />
hay en el camino dificulta<strong>de</strong>s que sólo el tiempo y la energía <strong>de</strong> un alma que reúne sus<br />
faculta<strong>de</strong>s en un solo anhelo, una sola realización, pue<strong>de</strong> vencer. Y la dificultad capital la<br />
encuentro en ti en esa extraña disposición antagónica que tan frecuentemente revelas en tu<br />
conversación; la acabas <strong>de</strong> <strong>de</strong>mostrar ahora, pues el ser así interrogada y presionada y el<br />
haberse dudado <strong>de</strong> mis juicios, en otro me habría ofendido profundamente. Recuerda esto y<br />
no abuses <strong>de</strong>l privilegio <strong>de</strong>l cual gozas: recuerda que <strong>de</strong>bes cambiar profundamente antes<br />
<strong>de</strong> que yo pueda compartir contigo los secretos <strong>de</strong> mi corazón. Y ten presente, hijo mío,<br />
que no estoy reconviniéndote por tu <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> conocer; sé que no eres culpable <strong>de</strong> muchas<br />
<strong>de</strong> tus <strong>de</strong>ficiencias. Sé, por ejemplo, que natura te ha negado esa voz flexible y melodiosa<br />
con la cual es nuestra costumbre rendir, cada día, homenaje al Padre para expresarle todos<br />
los sentimientos sagrados <strong>de</strong> nuestros corazones, todo nuestro amor por el prójimo, la<br />
gloria <strong>de</strong> vivir y aun nuestros pesares y penas. El pesar es como una nube oscura y<br />
opresora hasta que por el labio y la mano rompe en la lluvia <strong>de</strong> melodías y nos alumbra <strong>de</strong><br />
tal manera que aun las cosas dolorosas dan a la vida nuevas y purificadas glorias. Y tal<br />
como en la música, en todas las artes hay un doble placer en contemplar las obras <strong>de</strong><br />
nuestro Padre: en la primera e inferior tú lo compartes con nosotros; pero, la segunda y<br />
más noble, que surge <strong>de</strong> la primera, es nuestra a través <strong>de</strong> esa facultad por medio <strong>de</strong> la cual<br />
la belleza y la armonía se sienten trasmutadas a nuestro espíritu que es como un lápiz <strong>de</strong><br />
cristal que recibe los blancos rayos <strong>de</strong>l sol <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> sí, transformándolo en luces rojas,<br />
ver<strong>de</strong>s, violetas; <strong>de</strong> ese modo la naturaleza se transforma en nuestras mentes y se expresa<br />
en el arte. Más, en ti, esa segunda facultad es <strong>de</strong>ficiente, <strong>de</strong> lo contrario no te privarías <strong>de</strong><br />
tan gran placer como su ejercicio <strong>de</strong>para y amarías la naturaleza tal como se ama a un<br />
igual, pero no tiene palabras para expresar tan dulce sentimiento. Pues la alegría <strong>de</strong>l amor,<br />
con simpatía, cuando se hace conocer y es retribuido, se aumenta un céntuplo; y en toda<br />
obra artística, no comulgamos con una naturaleza ciega e irracional, sino con su oculto<br />
espíritu, inspirando nuestros corazones, retribuyendo amor, con amor y recompensando<br />
nuestra labor con constante embeleso. Por lo tanto es tu <strong>de</strong>sventura, no tu falta, que estés<br />
privado <strong>de</strong> ese supremo solaz y alegría.<br />
A este parlamento que me causó un efecto <strong>de</strong>presivo respondí tristemente:<br />
- Cada día siento con mayor agu<strong>de</strong>za mis <strong>de</strong>ficiencias y <strong>de</strong>seo más ardientemente<br />
acortar la gran distancia que hay entre nosotros; pero ahora ¡Dulce madre! perdóneme por<br />
así <strong>de</strong>cirlo. Sus palabras me hacen <strong>de</strong>sesperar.<br />
- Sin embargo, hijo mío, sólo he hablado para darte coraje. Conozco tus limitaciones<br />
y no espero nada superior a tus fuerzas, ni me preocupan seriamente tus errores, creyendo<br />
como creo que con el tiempo podrás borrarlas <strong>de</strong> tu mente. Debes cambiar tu irascible<br />
carácter para ser merecedor <strong>de</strong> la felicidad que he <strong>de</strong>terminado para ti. La paciencia <strong>de</strong>be<br />
corregir ese tu espíritu atolondrado; a la diligencia febril, alternada con la indiferencia o el<br />
<strong>de</strong>saliento, <strong>de</strong>be oponerse un incondicional esfuerzo; y por esa vacilante llama <strong>de</strong><br />
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