Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres
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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />
<strong>Las</strong> palabras <strong>de</strong> Chastel penetraron hondo en mi corazón, más hondo que<br />
cualquier palabra jamás me hubiera llegado en esa especie <strong>de</strong> suelo infecundo; y aun<br />
cuando <strong>de</strong> intento me había <strong>de</strong>jado en la oscuridad en cuanto a muchos asuntos<br />
importantes, yo había resuelto merecer su estima y atraerla aún más cerca <strong>de</strong> mí,<br />
corrigiendo aquellas faltas <strong>de</strong> mi carácter que me había señalado con tanta ternura.<br />
¡Cielos! el próximo día estaría señalado para provocarme un serio disgusto. Al<br />
ingresar al salón para <strong>de</strong>sayunar me enteré que una sombra había caído sobre La Casa.<br />
Entre toda esa gente silenciosa y el padre sentado, con su rostro grisáceo y sus ojos<br />
afligidos, entró Yoleta. Su dulce rostro más pálido que la primera vez que la viera tras su<br />
largo encierro, mientras bajo sus párpados pesados, sus ojeras lucían casi moradas, lo que<br />
<strong>de</strong>cía <strong>de</strong> una larga vigilia con el corazón oprimido por la ansiedad. Escuché con profundo<br />
sentimiento que el mal <strong>de</strong> Chastel se había súbitamente agravado; que había pasado la<br />
noche en medio <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>s sufrimientos. ¿Qué sería <strong>de</strong> mí y todos mis felices sueños si<br />
ella llegase a morir?, fue mi primera i<strong>de</strong>a. Pero, al mismo tiempo, tuve la gracia <strong>de</strong><br />
sentirme avergonzado por un pensamiento tan egoísta. Empero no podía sacudir la<br />
pesadumbre que me había producido y, <strong>de</strong>masiado afligido para trabajar o leer, me acerqué<br />
al Aposento <strong>de</strong> la Madre para estar lo más cerca posible <strong>de</strong> la sufriente, <strong>de</strong> cuya<br />
recuperación tanto <strong>de</strong>pendía. ¡Qué solitario y <strong>de</strong>solado parecía ahora que estaba ella<br />
ausente! Estos radiantes paisajes montañeses en su mímico blanco <strong>de</strong> reflejo solar aún<br />
perpetuaban el verano; sin embargo, parecía haber un hálito invernal, semejante a una<br />
atmósfera mortal que golpeaba mi corazón y me hacia tiritar <strong>de</strong> frío. El día se arrastró<br />
penosamente hasta su fin sin una sola señal <strong>de</strong> mejoría que aflojara nuestra ansiedad. Hasta<br />
pasada la media noche yo permanecí en mi puesto, luego me retiré por tres o cuatro horas<br />
miserables <strong>de</strong> ansiedad, sólo para retornar en cuanto hubo una escasa luz. El estado <strong>de</strong><br />
Chastel era el mismo o si había habido cambio era para peor, pues no había dormido.<br />
Nuevamente permanecí ahí todo el día preso <strong>de</strong> pensamientos <strong>de</strong>salentadores; al anochecer<br />
llegó Yoleta para llevarme hasta su madre. El requerimiento me aterrorizó tanto que por<br />
unos momentos permanecí sentado, tembloroso, incapaz <strong>de</strong> articular palabra; ya que sólo<br />
podía pensar que el fin <strong>de</strong> Chastel se aproximaba, Yoleta, adivinando la causa <strong>de</strong> mi<br />
agitación, me aclaró que su madre no podía dormir a causa <strong>de</strong> fuertes dolores <strong>de</strong> cabeza y<br />
<strong>de</strong>seaba que yo le colocase mi mano sobre su frente para probar si ello le podría causar<br />
alivio. Esto me pareció un no muy promisor remedio, pero me dijo que en una oportunidad<br />
habían tenido éxito al colocar una mano sobre su frente y que habiendo fracasado ahora,<br />
Chastel había <strong>de</strong>seado me llevasen hacia ella para intentarlo con mi mano. Me levanté y<br />
por primera vez penetré en la sagrada alcoba don<strong>de</strong> Chastel yacía en una cama baja,<br />
colocada sobre una plataforma que se elevaba muy poco <strong>de</strong>l suelo en el centro <strong>de</strong> la<br />
habitación. En la penumbra, su rostro aparecía tan blanco como la almohada sobre la cual<br />
<strong>de</strong>scasaba; su frente contraída por los agudos dolores, apagados quejidos escapaban <strong>de</strong> sus<br />
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