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Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres

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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />

lentamente y con mirada temerosa salía <strong>de</strong> entre sus envolturas y entonces el largo y mortal<br />

silencio se tomó insoportable y manifesté que temía que mi canto no fuera <strong>de</strong> su gusto. No<br />

hubo respuesta; sólo que el padre extendiendo una <strong>de</strong> sus manos tocó una manija o una<br />

llave cerca <strong>de</strong> él y una <strong>de</strong> las esferas <strong>de</strong> bronce comenzó a girar.<br />

Un suave murmullo <strong>de</strong> voces se elevó y parecía pasar como una ola a través <strong>de</strong>l<br />

recinto, perdiéndose a la distancia y seguida por otra y otra cada una señalada por un<br />

aumento <strong>de</strong> fuerza, y con frecuencia cuando estos sones solemnes se extinguían se<br />

escuchaban aproximarse tenues notas como <strong>de</strong> flautas. Los misteriosos sonidos se<br />

aproximaban y continuaban, para volverse a intervalos más fuertes y claros unidos a otros<br />

tonos, mientras crecían todos juntos, estallando ahora en un coro <strong>de</strong> alegría, luego una nota<br />

clara, líquidamente pura, como la <strong>de</strong> un ave, que se remontase sola; mas, si provenía <strong>de</strong><br />

voces o <strong>de</strong> instrumentos musicales a viento era imposible <strong>de</strong>terminarlo. Ya todo el<br />

ambiente que me ro<strong>de</strong>aba estaba pleno y palpitante con la extraña y exquisita armonía que<br />

se iba perdiendo y cuyas notas <strong>de</strong>crecían y se apagaban gradualmente hasta extinguirse<br />

para el oído en la dirección opuesta. Que ahora todos participaban <strong>de</strong> la función era<br />

evi<strong>de</strong>nte para mí al observarlos separadamente; algunos tenían en sus manos pequeños y<br />

raros instrumentos, pero había una combinación <strong>de</strong> voces y algo como ventrilocuismo <strong>de</strong><br />

los sonidos que hacía imposible distinguir los <strong>de</strong> una persona en particular. Sonidos más<br />

graves y sonoros ahora emitidos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los globos sonoros, algunas veces semejando el<br />

carácter <strong>de</strong> la “voz humana" <strong>de</strong> un órgano y cada vez que se elevaban hasta un cierto punto<br />

había sonidos <strong>de</strong> respuesta, los cuales no provenían <strong>de</strong> los ejecutantes, suaves, trémulos, <strong>de</strong><br />

carácter eólico que se expandían por todo el recinto tal como si las pare<strong>de</strong>s y los<br />

cielorrasos estuviesen recubiertos <strong>de</strong> celdillas musicales sensibles a las mayores<br />

vibraciones. Estos sonidos flotantes y aéreos sólo respondían a las voces femeninas, altas,<br />

que semejaban a las <strong>de</strong> las sopranos enriquecidas y espiritualizadas en un grado<br />

sorpren<strong>de</strong>nte. Entonces el amplio recinto parecía estar invadido por una niebla tal como lo<br />

estaba por esa informe melodía que semejaba provenir <strong>de</strong> arpistas invisibles, ocultos en lo<br />

alto, entre las sombras.<br />

Recostado en mi diván, escuchaba con ojos entrecerrados este misterioso<br />

conmovedor concierto, me emocioné hasta las lágrimas y hasta temí haber sido<br />

transportado hacia alguna región supra-mundana habitada por seres semi-angelicales; temí,<br />

digo, pues con este nuevo amor en mi alma no había elísea morada celeste que pudiese<br />

compararse con estas tierras ver<strong>de</strong>s para sitio habitable. Pero cuando recordé mi actuación<br />

tan burda, mi rostro, ahí al oscuro, estaba encendido <strong>de</strong> vergüenza y maldije mi ignorante y<br />

presuntuosa alegría <strong>de</strong> la que me sentía culpable al haber gritado la abominable balada <strong>de</strong>l<br />

Vicario <strong>de</strong> Bray que ahora se me había vuelto tan odiosa como mis botas y pantalones. El<br />

compositor <strong>de</strong> esa canción, el autor <strong>de</strong> esa letra y su tema, el hipócrita Vicario, se<br />

presentaban a mi mente como los tres seres más en<strong>de</strong>moniados que hubiesen existido.<br />

-¡Que el diablo se lleve mi suerte!, exclamé haciendo rechinar mis dientes con enojo<br />

<strong>de</strong> impotencia, pues me parecía <strong>de</strong>masiado duro revés, justo cuando había logrado gozar<br />

<strong>de</strong>l favor, haberlo arruinado <strong>de</strong> modo tan poco feliz. Ahora que me había puesto en<br />

contacto con su forma <strong>de</strong> cantar, la supuesta mentira acerca <strong>de</strong> la que ellos habían hecho<br />

tanto alboroto, me pareció una muy leve ofensa comparada con mi intento <strong>de</strong> conducir el<br />

canto. Sin embargo, cuando el concierto hubo concluido, nadie dijo una sola palabra acerca<br />

<strong>de</strong>l asunto, aunque había esperado ser llevado <strong>de</strong> inmediato a la sala <strong>de</strong> los juicios para<br />

escuchar que se me impondría una terrible sentencia; y cuando antes <strong>de</strong> retirarme, ansioso<br />

por conciliarme con mi anfitrión, comencé a expresarle mi pesar por haberles infligido un<br />

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