<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong> Con la mirada baja atravesé la galería sin prestar atención a sus extraños pétreos ocupantes, y <strong>de</strong>jando a mi gentil conductora sin una palabra, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong>l salón <strong>de</strong> música apuré mis pasos alejándome <strong>de</strong> La Casa. Podía advertir amor y compasión en el roce <strong>de</strong> la mano <strong>de</strong> la querida muchacha y me parecía que si hubiese hablado ella una sola palabra, mi alma, sobrecargada, habría estallado en llanto. Deseaba estar solo para rumiar en secreto la pena y amargura <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>rrota; pues estaba claro que la mujer a quien tanto <strong>de</strong>seé ver y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que la vi tanto anhelé me permitiese amarla sentía hacia mi sólo <strong>de</strong>sdén y aversión, y sin falta alguna <strong>de</strong> mi parte, ella, cuya amistad más necesitaba, se había vuelto mi enemiga en La Casa. Mis pasos me condujeron al río; seguí su costa por casi un kilómetro y medio y llegué por fin a un bosquecillo <strong>de</strong> soberbios árboles viejos y ahí, me senté sobre una vieja y retorcida raíz junto a las aguas. Había llegado a ese rincón oculto para dar paso a mi resentimiento, pues aquí podría gritar mi amargura si <strong>de</strong> eso tenía ganas ya que no había testigos que me escuchasen. Había contenido mis poco varoniles lágrimas, casi vertidas en presencia <strong>de</strong> Yoleta y confundidas con oscuros pensamientos, durante mi andar; ahora, estaba sentado, tranquilo y a solas conmigo, lejos <strong>de</strong> po<strong>de</strong>r ser observado y lejos <strong>de</strong> esa simpatía que mi lacerado espíritu no podía tolerar. No bien me hube sentado, un animal marrón, gran<strong>de</strong>, con ojos negros redondos y feroces subió <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí a la superficie <strong>de</strong>l agua a unos cinco metros <strong>de</strong> mis pies, y al verme se sumergió ruidosamente, bajo el agua, quebrando la clara imagen reflejada con cien ondas. Aguardé hasta que la última ondita se hubiese disipado, mas cuando la superficie estuvo otra vez quieta y lisa como un oscuro cristal, comenzó a afectarme el profundo silencio, la melancolía <strong>de</strong> la naturaleza y por un algo que llegaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> natura - fantasma, emanación, esencia- yo no sé qué. Mi alma, no mis sentidos, lo percibían, <strong>de</strong> pie, el <strong>de</strong>do sobre los labios, inmóvil sobre el agua que no reflejaba su imagen, el claro ámbar <strong>de</strong> los rayos solares pasaban sin apagarse a través <strong>de</strong> su sustancia. A mi alma el “¡Calla!" era audible y otra y otra vez "¡Calla!"... hasta que el tumulto que en mí había se aquietó y no podía pensar mis propios pensamientos. Podía tan solo escuchar, reteniendo el aliento, aguzando mis sentidos para captar algún sonido natural por leve que fuese. Allá a lo lejos, a la distancia sombría, en algún pastizal azul, una vaca mugía y el sonido recurrente pasaba como el zumbido <strong>de</strong>l vuelo <strong>de</strong> los insectos y se haría más débil aún como un sonido imaginario hasta cesar. Una hoja seca cayó <strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong>l árbol, escuché mientras revoloteaba tocando otras hojas en su caída y hasta que la hierba silenciosa la recibió. Luego, mientras esperaba otra hoja, <strong>de</strong> repente, sobre mi cabeza, llegó la breve, <strong>de</strong>lirante melodía <strong>de</strong> algún cantor rezagado, el canto como <strong>de</strong> un petirrojo escuchándose clara y reconocible como el son <strong>de</strong>l clarinete: brillante, alegre, inesperado, encerrando esa tranquila melancolía que llega a la mente como una lluvia <strong>de</strong> rojo y oro bordado sobre un fondo pálido y neutro. El sol se ocultaba y al bajar iluminaba las copas <strong>de</strong> los viejos árboles aquí y allá, transformándolos en pilares <strong>de</strong> rojas lenguas <strong>de</strong> fuego mientras otros, entre sombras más oscuras, parecían como contraste pilares <strong>de</strong> ébano y don<strong>de</strong>quiera que el follaje fuese menos espeso los rectos rayos se filtraban dándoles a las hojas secas una transparencia y esplendor que era semejante a un cristal teñido en los ventanales <strong>de</strong> alguna catedral al oscurecer. A lo largo todo <strong>de</strong>l río se comenzó a levantar una blanca niebla, sopló un leve viento y el vaho fue arrastrado, inundando los juncos y arbustos, ciñendo con sus brazos fantasmales los viejos árboles, Contemplando la niebla y escuchando “las sinfonías y murmullos <strong>de</strong>l aire” Página 64 <strong>de</strong> 109
<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong> susurradas por la suave brisa, sentía que ya no había más enojo en mi alma. La naturaleza y algo <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ella y algo más que ella habían donado su "suave influencia", curado a su criatura "vagabunda y malhumorada" a fin <strong>de</strong> que no pudiese más ser "una cosa chocante y discordante" ante su sagrada y dulce presencia. Cuando levanté la vista, un cambio se había producido en el paisaje: la luna llena había salido, plateando la niebla y llenando la ancha y oscura tierra con una gloria nueva y misteriosa. Me levanté y regresé a la casa con el nuevo panorama y comprensión que me había invadido. Ese mensaje -y como tal no podría olvidarlo -, hacía que no sintiese nada más que amor y simpatía hacia esa mujer sufriente quien me había herido con su inmerecido <strong>de</strong>sagrado y mi único <strong>de</strong>seo era <strong>de</strong>mostrarle mi <strong>de</strong>voción. Página 65 <strong>de</strong> 109