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Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres

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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />

Sabía lo que ella quería al haber escuchado tan recientemente su historia y<br />

obe<strong>de</strong>ciendo su mandato la levanté <strong>de</strong>l diván. Era alta, más pesada <strong>de</strong> lo que hacía suponer<br />

su <strong>de</strong>lga<strong>de</strong>z, pero al pensar que era la madre <strong>de</strong> Yoleta y la madre <strong>de</strong> La Casa dio fuerzas a<br />

mi tarea y con movimientos cautelosos, paso a paso entre la penumbra, la conduje junto a<br />

la canosa figura <strong>de</strong> piedra bañada por la luna en la larga galería. Cuando hube subido los<br />

escalones y la había acercado lo suficiente se abrazó a la estatua y apretó sus labios contra<br />

los <strong>de</strong> la piedra.<br />

-¡Isarte, Isarte, qué yertos están tus labios!, -murmuró con voz queda y <strong>de</strong>sesperada. -<br />

Ahora que miro <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> estos ojos, que son los tuyos y sin embargo no tuyos y beso estos<br />

labios pétreos ¡qué penosamente me empuja hacia el pecado la sed <strong>de</strong> mi corazón! Pero el<br />

sufrimiento no ha turbado mi razón. Sé que es una ofensa pedirle algo a El que nos da la<br />

vida, todo lo bueno libremente y no siente placer al vernos miserables. Este pensamiento<br />

me frena; <strong>de</strong> lo contrario yo le imploraría que tornase esta piedra en carne y por una breve<br />

hora trajese <strong>de</strong> regreso al ido espíritu <strong>de</strong> Isarte, pues no hay ser viviente que pueda<br />

compren<strong>de</strong>r mi pesar; mas, tú sí lo compren<strong>de</strong>rías y colocarías mi fatigada cabeza sobre tu<br />

pecho y me cubrirías con tu cabellera encanecida por la pena como con un manto. Pues tu<br />

pena fue como la mía y excedió a la mía y alma alguna podría medirla; por lo tanto, en la<br />

sed <strong>de</strong> tu corazón, miraste hacia el lejano futuro don<strong>de</strong> alguien, quizá, tendría una pena así<br />

y sufriría sin esperanza, como tú sufriste y mediría tu pena y veneraría tu memoria y se<br />

sentiría unida a ti a través <strong>de</strong>l espacio <strong>de</strong> largas centurias. Tú me hablarías <strong>de</strong> todo y me<br />

dirías que la mayor pena está en irse hacia la oscuridad, sin <strong>de</strong>jar uno <strong>de</strong> tu sangre y tu<br />

espíritu para heredar La Casa. Esta es también mi pena, Isarte, pues yo soy estéril y estoy<br />

carcomida por la muerte y pronto partiré para estar don<strong>de</strong> tú estás. Cuando me haya ido, el<br />

padre <strong>de</strong> La Casa no acogerá a otra en su seno, pues es anciano, su vida ya está casi<br />

cumplida y a poco me seguirá, pero sin la pena y la angustia mías que nublen su espíritu<br />

sereno. ¿Y quién entonces heredará nuestro lugar? ¡Ay, hermana mía! ¡Qué duro es pensar<br />

en esto! Pues entonces una extraña será la madre <strong>de</strong> La Casa, y mi única hija se sentará a<br />

sus pies y la llamará madre, sirviéndola con sus manos, adorándola con su corazón!<br />

La excitación se había apagado, <strong>de</strong>jando caer <strong>de</strong>smayadamente su cabeza sobre mi<br />

hombro y me rogó la llevase <strong>de</strong> vuelta. Cuando la hube <strong>de</strong>positado felizmente en su diván<br />

permaneció por algunos minutos con la cara tapada, sollozando silenciosamente.<br />

La escena <strong>de</strong> la galería me había conmovido profundamente y mientras estaba<br />

sentado a su lado, cavilando, mi mente volvió a ese mundo <strong>de</strong>svanecido <strong>de</strong> penas y<br />

distingos sociales en el cual yo había vivido y don<strong>de</strong> la cantidad <strong>de</strong> seres sufrientes me<br />

parecía mucho más <strong>de</strong>solador que el <strong>de</strong> esta dama infeliz para quien tenía, imaginaba, yo<br />

mucho con qué consolarse. Hasta me parecía que el dolor que yo había presenciado era un<br />

tanto mórbido y excesivo, y pensando que quizá la distraería <strong>de</strong> tanto cavilar sus propias<br />

preocupaciones osé, cuando se hubo calmado, contarle alguno <strong>de</strong> mis recuerdos. Le pedí<br />

que imaginara un estado <strong>de</strong>l mundo y la familia humana en el cual todas las mujeres eran<br />

en cierta forma iguales; todas poseyendo la misma capacidad <strong>de</strong> sufrimiento y don<strong>de</strong> todas<br />

eran o serían esposas y madres y sin ningún remedio misterioso contra el lento penar <strong>de</strong>l<br />

que ella había hablado. Pero yo no había ido más allá con mi <strong>de</strong>scripción cuando ella me<br />

interrumpió.<br />

- No diga nada más, dijo con acento <strong>de</strong> <strong>de</strong>sagrado, esto supongo es otra <strong>de</strong> esas<br />

grotescas fantasías que a veces ha contado, recién llegado acerca <strong>de</strong> las cuales he oído ya<br />

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