Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres
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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />
vello sin rasurar, pero, en sus artes, “sentando bases sólidas para la eternidad", y sobre<br />
todo, esas horas vacías, pasadas en el Aposento <strong>de</strong> la Madre, me habían enseñado qué<br />
criatura <strong>de</strong>samorada había sido. Imposible que, en tal atmósfera, no hubiera absorbido un<br />
poco <strong>de</strong> esa suavidad y esa luz.<br />
En este dulce refugio, este dormido valle al cual había sido arrojado por esa negra<br />
corriente que me había llevado a una inconmensurable distancia en su seno y con tales<br />
cambios que iban produciéndose en mí, creía por momentos que con poco más alcanzaría<br />
ese sostenido embeleso que parecía ser la condición normal <strong>de</strong> mis compañeros. Mi pasión<br />
por Yoleta ardía ahora con una llama más suave, ya no me consumía, sino que me imponía<br />
una agradable tibieza interior. Cuando ella estaba ahí, sentada junto a mí a los pies <strong>de</strong> la<br />
Madre, a veces tan próxima que sus negros y brillantes cabellos acariciaban mis mejillas y<br />
su fragante aliento me llegaba a la cara y acariciaba mi mano y me miraba fijamente con<br />
esos ojos queridos que no tenían ni una sombra <strong>de</strong> resentimiento o ansiedad, sino tan sólo<br />
un amor insondable, entonces, imaginaba que nuestra unión era completa y que ella era ya<br />
total y eternamente mía.<br />
Sabía que eso no podría continuar y, a veces, no podía impedir que mis pensamientos<br />
se alejasen <strong>de</strong>l presente e imprevistamente la naturaleza <strong>de</strong> mis sueños se alteraba,<br />
oscureciéndose, tal como un bello paisaje se oculta a causa <strong>de</strong> una nube frente al sol. Se<br />
adormecería por siempre el <strong>de</strong>monio <strong>de</strong> la pasión <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> mí y soñaría; con renovada<br />
fuerza <strong>de</strong>spertaría siempre con mayor po<strong>de</strong>r y siempre impedido en su <strong>de</strong>seo, y ello<br />
levantaba en mí nuevamente, la negra tempestad <strong>de</strong>l pasado para abatirme. Le seguían<br />
otras oscuras apariciones: Me veía <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un vaso mágico, acostado, vuelta la cara<br />
moribunda, con mucha gente a mi alre<strong>de</strong>dor, apurándose <strong>de</strong> un lado al otro, retorciéndose<br />
las manos y expresando en alto su pena; estremeciéndose ante la vista aberrante sobre sus<br />
pisos sagrados y relucientes; o peor que eso, me veía entre harapos, temblando, escuálido<br />
por larga hambruna, un fugitivo en alguna zona invernal y <strong>de</strong>solada, lejos <strong>de</strong> cualquier<br />
contacto humano abrasado en mi locura a cenizas sin forma en la mente, y por todas las<br />
sensaciones, recuerdos, pensamientos, no me quedaba <strong>de</strong>l mundo visible nada más que un<br />
distorsionado gusto y una tremenda intranquilidad que me urgía, como flagelado por<br />
escorpiones, hacia a<strong>de</strong>lante, para va<strong>de</strong>ar aún otros negros y helados torrentes y <strong>de</strong>strozarme<br />
sangrante entre matorrales espinosos y trepar por las alturas <strong>de</strong> otras sierras yermas y<br />
gigantes.<br />
Sin embargo, estos momentos <strong>de</strong> terrible <strong>de</strong>presión, nuevos para mí, no eran<br />
frecuentes y pocas veces duraban mucho. Chastel era mi ángel tutelar; una palabra, un leve<br />
contacto <strong>de</strong> su mano y los malos espíritus se <strong>de</strong>svanecían. Ella parecía poseer una<br />
misteriosa facultad -quizá sólo la sagacidad y simpatía <strong>de</strong> su espíritu, <strong>de</strong> naturaleza<br />
hipersensibilizada- que le permitía saber acerca <strong>de</strong> mucho <strong>de</strong> lo que ocurría en mi corazón:<br />
si me ensombrecía cuando ella no tenía voluntad o fuerzas para conversar, me hacía<br />
acercar a su sitial y poner mi mano sobre la suya y la sombra se <strong>de</strong>svanecía.<br />
No podía <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> meditar frecuentemente con asombro sobre esta gran<br />
transformación en su modo <strong>de</strong> ser conmigo. Sus ojos se posaban cariñosamente sobre mí, y<br />
sus agudos sufrimientos, y las <strong>de</strong>safortunadas expresiones burdas que, con asiduidad, se<br />
me escapaban parecían incapaces <strong>de</strong> provocarle una palabra fuerte o <strong>de</strong> impaciencia. Ya no<br />
era tan sólo uno más entre sus criaturas, con el privilegio <strong>de</strong> llegar y sentarme a sus pies y<br />
compartir con ellos un poco <strong>de</strong> su imparcial afecto; recordando que era un extraño en La<br />
Casa; y la no disimulada preferencia que <strong>de</strong>mostraba por mí y su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> que estuviese<br />
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