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Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres

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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />

- No, querida, pero he vivido en aquella isla don<strong>de</strong> todas las cosas, incluyendo las<br />

flores, eran distintas.<br />

- Ah, sí, cuénteme acerca <strong>de</strong> esa isla.<br />

- Bien, “aquella isla" era un tema <strong>de</strong>safortunado y yo no estaba resuelto a quebrar la<br />

resolución que había tomado <strong>de</strong> guardarme pru<strong>de</strong>ntemente <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> sus instituciones<br />

peculiares.<br />

-¿Cómo podría contarle, cómo podría imaginarlo si le contase?, dije, evadiendo la<br />

pregunta. - Ha visto los cielos ennegrecidos por las tormentas, se ha sentido enceguecida<br />

por los rayos y ha escuchado el rugir <strong>de</strong>l trueno. ¿Podría imaginárselo si jamás hubiese<br />

sido testigo <strong>de</strong> ello y yo se lo <strong>de</strong>scribiese?<br />

- No.<br />

- Pues sería, entonces, inútil contarle. Dígame más <strong>de</strong> los lirios arco-iris, pues soy un<br />

gran amante <strong>de</strong> las flores.<br />

-¿Lo es? ¿Es raro que tuviese un gusto común a todos los seres humanos? respondió<br />

con una bonita sonrisa.<br />

Pero es más fácil hacer preguntas que respon<strong>de</strong>rlas. Si usted nunca hubiese visto al<br />

sol ocultarse gloriosamente, o al cielo <strong>de</strong> medianoche refulgir con miles <strong>de</strong> estrellas,<br />

¿podría imaginárselas si yo se las <strong>de</strong>scribiese?<br />

- No.<br />

- Debe esperar que surjan <strong>de</strong> la tierra los lirios arco-iris y <strong>de</strong>l corazón el amor.<br />

- Con o sin flores el mundo para mí es un paraíso si usted, Yoleta, está a mi lado.<br />

¡Ah, si fuese mi Eva! Qué dulce es caminar <strong>de</strong> su mano al anochecer; pero no era tan grato<br />

cuando echaba a correr alejándose <strong>de</strong> mí como un conejo salvaje. Me alegro <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir<br />

que a veces camina.<br />

- Sí, a veces, en ocasiones solemnes.<br />

- Cuénteme acerca <strong>de</strong> esas solemnes ocasiones.<br />

- Esta no es una <strong>de</strong> ellas, replicó, retirando su mano <strong>de</strong> la mía, súbitamente; luego<br />

con una risa argentina huyó <strong>de</strong> mí lanzándose a la carrera hacia abajo con la velocidad y la<br />

gracia <strong>de</strong> una gacela.<br />

Instantáneamente la perseguí, pero fue en vano aun cuando empeñé todas mis<br />

fuerzas. Ocasionalmente, caía <strong>de</strong> rodillas para admirar alguna flor silvestre o buscar un<br />

capullo <strong>de</strong> lirio; cada vez que llegaba hasta una piedra gran<strong>de</strong>, saltaba sobre ella y<br />

permanecía parada inmóvil contemplando los ricos matices <strong>de</strong>l festín <strong>de</strong> colores; mas<br />

siempre que me iba aproximando se arrojaba ligera y se alejaba <strong>de</strong> mí como un pájaro<br />

salvaje. Cansado <strong>de</strong> correr abandoné mi cacería, cuerdamente caminé solo hacia La Casa<br />

pensando si esa conversación en lo alto <strong>de</strong> la sierra, y toda la curiosa información que por<br />

ella había reunido habría <strong>de</strong> convertirme en el más <strong>de</strong>sdichado o el más feliz <strong>de</strong> los seres<br />

sobre la tierra.<br />

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