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Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres

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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />

Ascendimos los escalones y accedimos, pasando por el pórtico a una sala, por lo<br />

que parecía un pasaje sin puertas. Más tar<strong>de</strong>, <strong>de</strong>scubrí que no era así; las puertas, y había<br />

varias, eran algunas <strong>de</strong> cristales coloreados, otras <strong>de</strong> algún otro material, estaban<br />

simplemente engastadas en receptáculos <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la pared que tenía un grosor <strong>de</strong> casi un<br />

metro y medio. La sala era lo más señorial que hubiese visto; tenía un hogar <strong>de</strong> piedra y<br />

bronce <strong>de</strong> unos seis metros <strong>de</strong> largo o más, a un costado, y en el otro, varias altas arcadas<br />

con puertas. Los espacios entre las puertas estaban cubiertos por esculturas; el material era<br />

piedra gris-azulada combinado o con incrustaciones <strong>de</strong> un metal amarillo con lo que<br />

brindaba un aspecto <strong>de</strong> in<strong>de</strong>scriptible riqueza. Su piso estaba recubierto <strong>de</strong> mosaicos <strong>de</strong><br />

muchos colores oscuros, pero sin una forma <strong>de</strong>finida, y el techo cóncavo era <strong>de</strong> un rojo<br />

subido. Aunque bello, resultaba un tanto sombrío, pues la luz era muy suave. En realidad,<br />

así fue como me impresionó al entrar <strong>de</strong>s<strong>de</strong> afuera, don<strong>de</strong> brillaba el sol. Tampoco había<br />

sido yo el único en experimentar esa sensación. Tan pronto como estuvimos ahí, el<br />

anciano, quitándose su gorro y pasando sus <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>lgados por sus blancos cabellos, miró<br />

alre<strong>de</strong>dor y dirigiéndose a algunos <strong>de</strong> los que estaban trayendo pequeñas mesas redondas y<br />

colocándolas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l salón, dijo:<br />

- No. No, esta noche sentémonos ahí don<strong>de</strong> se pueda ver el cielo.<br />

<strong>Las</strong> mesas fueron retiradas <strong>de</strong> inmediato. Algunos <strong>de</strong> los que estaban en el salón y <strong>de</strong><br />

los que llevaban las mesas no habían participado <strong>de</strong>l funeral y estaban asombrados al<br />

verme. No clavaban su mirada en mí, pero, por supuesto, veía sus expresiones y advertía<br />

que quienes ya me habían conocido junto al sepulcro procuraban <strong>de</strong> manera secreta<br />

explicarles mi presencia. Esto me producía una sensación <strong>de</strong> <strong>de</strong>sazón y sentí alivio cuando<br />

comenzaron a salir.<br />

Uno <strong>de</strong> los hombres que había ayudado a transportar el cuerpo yacente estaba<br />

sentado cerca <strong>de</strong> mí y volviéndose me dijo:<br />

- Usted ha estado mucho tiempo al aire libre y probablemente sienta como nosotros<br />

el cambio.<br />

Asentí, él se levantó y se dirigió al otro extremo <strong>de</strong> la sala don<strong>de</strong> había una gran<br />

puerta enfrentando aquella por la cual habíamos entrado. Des<strong>de</strong> el lugar don<strong>de</strong> yo estaba -<br />

distante quizá unos catorce metros-, esa puerta parecía ser <strong>de</strong> pizarra lustrada <strong>de</strong> un tono<br />

gris oscuro, su superficie ornamentada con gran<strong>de</strong>s hojas <strong>de</strong> castaño, <strong>de</strong> bronce, o cobre o<br />

<strong>de</strong> ambos, pues tenían reflejos distintos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el amarillo brillante al más profundo rojo<br />

cobrizo. Era una puerta <strong>de</strong> doble hoja con manijas <strong>de</strong> ágata, y presionando sobre una <strong>de</strong><br />

ellas, y luego sobre la otra las corrió lateralmente, <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la pared, y entonces se me<br />

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