Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres
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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />
Me parecía que hasta ahora, realmente, nunca había vivido, tan placentera era<br />
esta vida nueva tan sana y libre <strong>de</strong> ansieda<strong>de</strong>s y lamentaciones. La antigua vida que yo<br />
había vivido en las ciuda<strong>de</strong>s se alejaba <strong>de</strong> mi mente más cada día; ahora, se me presentaba<br />
como el recuerdo <strong>de</strong> un sueño repulsivo, y mi mayor alegría era po<strong>de</strong>r olvidarlo. Cómo<br />
había podido hallar soportable aquella negligente, inútil, lujuriosa y vacía existencia me<br />
parecía, cada mañana, más misterioso, cuando me encaminaba hacia la tarea asignada en<br />
el campo o el taller, tan natural y placentero me parecía el trabajo manual, y el comer el<br />
pan ganado con el sudor <strong>de</strong> mi frente. Si hubiera algún trabajo que prefiriese sobre los<br />
otros era el <strong>de</strong> cortar leña; en esta época se necesitaba mucha ma<strong>de</strong>ra y se me permitía<br />
seguir mi inclinación. En el bosque, a un par <strong>de</strong> kilómetros <strong>de</strong> la casa, varios sufridos<br />
viejos gigantes, principalmente robles, castaños, olmos y hayas habían sido señalados para<br />
ser talados: en algunos casos habían sido chamuscados y rajados por el rayo y ofendían a la<br />
vista y en otros el tiempo los había <strong>de</strong>teriorado y ya no lucían su esplendor con sus largos<br />
brazos marchitos y <strong>de</strong>solados, lo que confería a sus copas un follaje ralo y poco lucido; eso<br />
tiene o da un sentido funesto, como los escasos y blancos cabellos en las testas vencidas <strong>de</strong><br />
los viejos. A esta distancia <strong>de</strong> la casa yo podía, libremente satisfacer mi propensión <strong>de</strong><br />
cantar en ese tono más alto que no había gustado a mis nuevos amigos. Entre los enormes<br />
árboles, lejos <strong>de</strong> sus oídos, yo podía elevar la voz a mi gusto, solazándome con mis<br />
bulliciosas viejas baladas inglesas que como el grito <strong>de</strong> caza <strong>de</strong> John Feel:<br />
Pudiese levantar a los muertos<br />
o en la mañana al zorro <strong>de</strong> su cubil.<br />
Mientras tanto, con la frenética energía <strong>de</strong> un Gladstone fuera <strong>de</strong> su <strong>de</strong>spacho,<br />
manejaba mi hacha y el eco <strong>de</strong> sus golpes rítmicos era un a<strong>de</strong>cuado acompañamiento a mis<br />
esfuerzos hasta que por varios metros a mi alre<strong>de</strong>dor el suelo estuviese cubierto <strong>de</strong> astillas<br />
blancas y amarillas; entonces, exhausto <strong>de</strong>bido al esfuerzo, me sentaba a <strong>de</strong>scansar, a<br />
comer mi sencilla vianda <strong>de</strong>l medio día, a admirarme en mi ropa <strong>de</strong> trabajo <strong>de</strong> un color<br />
ver<strong>de</strong> oscuro y chocolate y por sobre todo a pensar y soñar con Yoleta.<br />
Durante mis caminatas hacia y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el bosque lanzaba muchas miradas a la solitaria<br />
y lisa cima <strong>de</strong> una sierra, casi montaña por su altura, que se elevaba a cuatro o cinco<br />
kilómetros <strong>de</strong> La Casa hacia el norte, sobre la otra ribera <strong>de</strong>l río. Des<strong>de</strong> su cima, estaba<br />
seguro, se tendría una amplia vista <strong>de</strong>l campo circundante y con frecuencia <strong>de</strong>seaba llegar<br />
hasta allí. Una tar<strong>de</strong>, mientras se <strong>de</strong>sarrollaba mi lección <strong>de</strong> lectura, le comenté a Yoleta mi<br />
<strong>de</strong>seo.<br />
- Venga, vayamos allá ahora, dijo <strong>de</strong>jando <strong>de</strong> lado las tablillas.<br />
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