Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres
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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />
me había imaginado, un gran conjunto <strong>de</strong> hombres y mujeres solos o en grupos, <strong>de</strong> pie o<br />
sentados en gran<strong>de</strong>s sillas <strong>de</strong> piedra, en posturas y actitu<strong>de</strong>s varias. Al instante advertí que<br />
no se trataba <strong>de</strong> seres vivos, sino <strong>de</strong> sus efigies en piedra; la vestimenta que lucían<br />
representaba el ropaje ornado por piedras <strong>de</strong> diferentes y ricos colores, lo que le daba la<br />
apariencia <strong>de</strong> ropas reales. Tan naturales eran las cabelleras que recién cuando subí y toqué<br />
la cabeza <strong>de</strong> una <strong>de</strong> ellas, recién entonces me convencí que era <strong>de</strong> piedra. Aún más<br />
maravillosa, en su apariencia <strong>de</strong> vida, eran sus ojos que parecían <strong>de</strong>volver mis medio<br />
temerosas miradas con otra escrutadora, calma e interrogante que me era difícil enfrentar.<br />
Seguí tras mi guía con paso rápido, sin hablar; cuando llegué al centro <strong>de</strong>l salón me <strong>de</strong>tuve<br />
otra vez, involuntariamente. Me había impresionado profundamente una <strong>de</strong> las estatuas.<br />
Era la <strong>de</strong> una mujer <strong>de</strong> majestuoso porte, un rostro bello y orgulloso y una abundante<br />
cabellera plateada. Ella estaba sentada, inclinada hacia a<strong>de</strong>lante con sus ojos fijos en los<br />
míos a medida que avanzaba, una mano apretada contra su pecho, con la otra parecía<br />
llevarse hacia atrás los blancos y sueltos rizos <strong>de</strong> su frente. Tenía, creí, una expresión <strong>de</strong><br />
calma y orgullo inflexible en su rostro, pero al acercarme más esa expresión <strong>de</strong>sapareció,<br />
dando lugar a una tan ansiosa, anhelante y suplicante, tan cargada <strong>de</strong> aguda pena que<br />
permanecí contemplándola como quien está fascinado hasta que Yoleta tomó mi mano<br />
suavemente y me alejó. Aún y pese a la naturaleza absorbente <strong>de</strong>l asunto al cual estaba<br />
sujeto, ese extraño rostro parecía hechizarme y mirando a través <strong>de</strong> ese largo <strong>de</strong>sfile <strong>de</strong><br />
mujeres hermosas <strong>de</strong> calmo entrecejo, no hallaba otra parecida.<br />
Cuando llegamos al fin <strong>de</strong> la galería, ascendimos la escalinata <strong>de</strong> amplios escalones y<br />
llegamos a un lugar entre cuatro y seis metros sobre el nivel <strong>de</strong>l piso que habíamos<br />
atravesado. Aquí, Yoleta <strong>de</strong>scorrió una puerta <strong>de</strong> vidrio y me introdujo a otro apartamento.<br />
Era el Aposento <strong>de</strong> la Madre. Era espacioso y a diferencia <strong>de</strong> la galería, bien iluminado, el<br />
aire tibio y fragante parecía cargado <strong>de</strong> un aroma sutil. Pero ahora mi atención se<br />
concentraba en un grupo <strong>de</strong> personas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> mí y sobre todo en la figura central: la<br />
mujer que tanto había <strong>de</strong>seado ver. Estaba sentada, recostada hacia atrás, en una como<br />
displicente actitud, en una especie <strong>de</strong> diván amplio y bajo, cubierto por una tela suave <strong>de</strong><br />
color violeta. El primer vistazo a su cara me reveló que difería en apariencia y expresión <strong>de</strong><br />
sus otros semejantes <strong>de</strong> La Casa: una <strong>de</strong> las razones era su extremada pali<strong>de</strong>z, tenía en su<br />
rostro las huellas que <strong>de</strong>ja un sufrimiento largo y continuado, pero eso no era todo. Su<br />
cabello, que caía suelto sobre sus hombros, era más largo que el <strong>de</strong> las otras y sus ojos eran<br />
más gran<strong>de</strong>s y <strong>de</strong> un ver<strong>de</strong> más intenso. Había algo sorpren<strong>de</strong>ntemente fascinante para mí<br />
en ese rostro pálido y sufriente, pues, pese al sufrimiento, era bello y amoroso; lo que me<br />
era más querido que todas esas cosas eran las señas <strong>de</strong> pasión que exhibía, la boca<br />
petulante y burlona y la expresión entre anhelante y <strong>de</strong>solada <strong>de</strong> sus ojos que parecían<br />
pertenecer más a ese mundo imperfecto <strong>de</strong>l cual yo había sido separado y el cual aún era<br />
querido por mi no regenerado corazón. En otros aspectos también se diferenciaba <strong>de</strong> las<br />
otras mujeres, siendo su vestido una túnica larga <strong>de</strong> color azul pálido con bordados <strong>de</strong><br />
flores azafranadas y hojas en el centro, sobre el cuello y las anchas mangas. En el diván<br />
junto al suyo estaba sentado el padre, teniéndola <strong>de</strong> la mano y hablándole en voz baja; dos<br />
<strong>de</strong> los hombres jóvenes estaban sentados a sus pies sobre almohadones, ocupados en<br />
bordar; otro permanecía <strong>de</strong> pie tras <strong>de</strong> ella; otro le mostraba un diseño y aparentemente le<br />
explicaba algo.<br />
Había creído hallar una mujer en<strong>de</strong>ble y enferma en una alcoba levemente iluminada<br />
con quizá una auxiliar a su lado; ahora enfrentando tan inesperadamente a esta mujer<br />
hermosa <strong>de</strong> arrogante mirada ro<strong>de</strong>ada por otros, me supe confundido y al sentirme<br />
<strong>de</strong>masiado inhibido para <strong>de</strong>cir algo permanecí silencioso e incómodo.<br />
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