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Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres

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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />

menos tiempo, pues muchas <strong>de</strong> las secciones finales se referían a asuntos lúgubres en los<br />

cuales no <strong>de</strong>seaba <strong>de</strong>tenerme; los títulos, por sí solos eran suficiente para afligirme:<br />

Deca<strong>de</strong>ncia a través <strong>de</strong> la <strong>Edad</strong>; Elementos <strong>de</strong> la Mente y el Cuerpo; luego Muerte, y<br />

finalmente Disposiciones para la Muerte.<br />

Tras esto, recogí el tercer volumen, el último <strong>de</strong> la serie. La primera parte estaba<br />

encabezada Renovación <strong>de</strong> la Familia. A esta parte la empecé a examinar con cierta<br />

atención y muy pronto <strong>de</strong>scubrí que había tropezado con una verda<strong>de</strong>ra mina <strong>de</strong><br />

información, <strong>de</strong> índole que, precisamente, por tanto tiempo había buscado vanamente.<br />

Luchando por vencer mi agitación, seguí leyendo apurando una página tras otra con la<br />

mayor rapi<strong>de</strong>z, pues algunas <strong>de</strong> las cosas no <strong>de</strong>spertaban mi interés, pero inci<strong>de</strong>ntalmente<br />

los asuntos que más me concernían y <strong>de</strong>seaba conocer eran ya apenas nombrados o<br />

tratados minuciosamente. Así fue que esa nostalgia profética que me había oprimido todo<br />

el día y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> muchos días atrás me sumió en la más negra <strong>de</strong>sesperación, y, <strong>de</strong> repente,<br />

levantando los brazos, el libro resbaló <strong>de</strong> mis rodillas y con estrépito cayó al suelo. Ahí,<br />

con las hojas hacia abajo dobladas y rotas bajo su peso, permanecía a mis pies sin que les<br />

prestase atención. Ahora, el anhelado conocimiento era mío y el sueño <strong>de</strong> felicidad que<br />

había iluminado mi vida se había extinguido. Ahora poseía el secreto <strong>de</strong> la no pasión, <strong>de</strong> la<br />

sempiterna calma <strong>de</strong> seres que habían sobrevivido y <strong>de</strong>jado inmensurablemente atrás como<br />

instintos <strong>de</strong>l lobo y el mono, la mayor emoción <strong>de</strong> la que fuese capaz mi corazón. Para los<br />

hijos <strong>de</strong> La Casa no podía haber unión por matrimonio; en cuerpo y alma diferían <strong>de</strong> mí, no<br />

tenían un nombre para ese sentimiento al cual yo tan frecuente como vanamente me había<br />

referido; por eso, me repitieron una y otra vez que sólo había un modo <strong>de</strong> amar, es que<br />

ellos ¡Dios! sólo podían experimentarlo así. Yo por el momento no busqué más en el libro,<br />

ni hice pausa alguna para reflexionar sobre el misterio inexplicable que era el real centro y<br />

meollo <strong>de</strong>l todo, por cuya unión la familia se renueva y quienes, fértiles ellos mismos, eran<br />

los padres <strong>de</strong> esa raza estéril. Tampoco inquirí quiénes serían sus sucesores, pues no<br />

obstante su larga vida eran mortales como sus criaturas <strong>de</strong>sapasionadas y particularmente<br />

en esta Casa, sus vidas parecían estar llegando a su fin. Estos eran interrogantes que ya no<br />

me interesaban. Era doloroso saber que Yoleta nunca podría amarme como yo la amara -<br />

que nunca podría ser mía en cuerpo y alma -a mi modo, no al suyo. Con inenarrable<br />

amargura recordé mi conversación con Chastel. Todas sus manifestaciones <strong>de</strong> afecto y<br />

buena voluntad, todos sus planes para suavizar mi camino y asegurarme la felicidad, me<br />

parecieron reales burlas, dado que ella no había leído en mi alma mejor que los <strong>de</strong>más, y<br />

que esa fría felicidad lunar tras la cual sus criaturas eran incapaces <strong>de</strong> imaginar nada,<br />

carecían <strong>de</strong> encanto para mi corazón apasionado y <strong>de</strong>strozado.<br />

Cuando comencé a recobrarme <strong>de</strong> mi estupefacción y recapacitar acerca <strong>de</strong> la<br />

magnitud <strong>de</strong> la pérdida, el infortunio que me produjo casi me enloqueció. Deseé no haber<br />

hecho jamás ese fatal <strong>de</strong>scubrimiento y haber podido continuar esperando, soñando y<br />

agotando mi corazón en ese rastrear lo imposible dado que cualquier <strong>de</strong>stino hubiese sido<br />

preferible a esta total <strong>de</strong>solación con la cual me enfrentaba. Hasta <strong>de</strong>seé el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> algún<br />

dios o <strong>de</strong>monio implacable para que yo pudiese aniquilar La Casa sagrada <strong>de</strong> esta última<br />

raza y <strong>de</strong>struirla para siempre y repoblar el pacífico mundo con millones <strong>de</strong> seres luchando<br />

y muriendo <strong>de</strong> hambre como en el pasado, para que la bella flor <strong>de</strong> amor, que se marchitara<br />

en el corazón <strong>de</strong> los hombres, pudiese <strong>de</strong> nuevo florecer.<br />

Mientras tales insanos pensamientos pasaban por mi mente me había levantado <strong>de</strong> mi<br />

asiento y permanecía recostado contra el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong> la bovedilla con el extrañamente<br />

coloreado frasco cerca <strong>de</strong> mi vista. Tenía letras que advertí por primera vez -diminutas<br />

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