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Edad de Cristal Guillermo Enrique Hudson Las - AMPA Severí Torres

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<strong>Edad</strong> <strong>de</strong> <strong>Cristal</strong> <strong>Guillermo</strong> <strong>Enrique</strong> <strong>Hudson</strong><br />

agricultura y otros temas varios que no eran lo que yo quería.<br />

Después <strong>de</strong> tres o cuatro horas pasadas en esa infructuosa búsqueda, me dirigía al<br />

Aposento <strong>de</strong> la Madre, lugar al que tenía libre acceso todas las tar<strong>de</strong>s; una vez allí, podía<br />

permanecer cuanto quisiese. Era tan grato que pronto adquirí el hábito <strong>de</strong> permanecer hasta<br />

que la hora <strong>de</strong> cenar me exigía <strong>de</strong>jar el lugar. Chastel, invariablemente, me trataba ahora<br />

con una ternura que me parecía extraña recordando la impresión en extremo <strong>de</strong>sfavorable<br />

que le había merecido cuando concurriese a la primera entrevista.<br />

No era propio <strong>de</strong> mí la indolencia ó el amar una existencia tranquila y soñadora; por<br />

lo contrario es por lo que siempre había pecado ya que me habían sido tan necesarios,<br />

como el aire fresco y la buena comida, el ejercicio muscular irrestricto y cuanto más<br />

violento fuese más me agradaba. Hoy en día, en este nuevo estado <strong>de</strong> langui<strong>de</strong>z,<br />

experimentaba una increíble sensación <strong>de</strong> tranquilidad mental y física y en el Aposento <strong>de</strong><br />

la Madre <strong>de</strong>scansaba como si esa lasitud a causa <strong>de</strong>l trabajo aún estuviese en mí.<br />

Respirando e inmerso en esa atmósfera estival y fragante, <strong>de</strong>jaba transcurrir largos<br />

intervalos en perfecta inactividad y silencio, <strong>de</strong>jándome estar sentado o reclinado, sin<br />

pensar, pero en un ensueño, mientras muchos sueños <strong>de</strong> placeres por venir <strong>de</strong>sfilaban como<br />

oleadas vaporosas por mi mente. El carácter tan especial <strong>de</strong> la habitación, su <strong>de</strong>licada<br />

riqueza, la exquisitamente armónica distribución <strong>de</strong> colores y objetos y la ilusión <strong>de</strong> lo<br />

natural que producían a la mente, parecía prestarse para conjurar este especial sentir y<br />

afirmarse en él.<br />

La primera impresión que producía al acce<strong>de</strong>r a ella, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la larga galería <strong>de</strong> las<br />

esculturas por la que se <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> atravesar era <strong>de</strong> luminosidad; era como llegar al aire libre<br />

y este efecto en parte se <strong>de</strong>bía a las superficies blancas y cristalinas y al brillo <strong>de</strong> los<br />

colores. Era cómoda, espaciosa y la parte central con arcada o techo en forma <strong>de</strong> cúpula <strong>de</strong><br />

un suave color turquesa, sostenido por gráciles columnas <strong>de</strong> cristal pulido. <strong>Las</strong> puertas eran<br />

<strong>de</strong> vidrio color ámbar con marcos <strong>de</strong> ágata; pero las ventanas, ocho era su número,<br />

presentaban la mayor atracción. Sobre el cristal, la sierra y la montaña, estaban<br />

representadas y emergían más allá <strong>de</strong> las anchas planicies áridas, blanqueadas por el calor<br />

y el esplendor <strong>de</strong>l medio día estival, sin una nube, los picos luciendo su lustre perlado que<br />

parecía transportarlos a una distancia infinita. Admiraba cómo lucían, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la imitada<br />

sombra <strong>de</strong> tal glorieta o pabellón, esas lejanas extensiones iluminadas por el sol, don<strong>de</strong> la<br />

luz danzando y temblando era una nunca <strong>de</strong>smentida <strong>de</strong>licia. Tal su efecto sobre mí,<br />

sumado a esa nueva gracia, <strong>de</strong> la ternura, resultante, no sabía, si <strong>de</strong> compasión o afecto,<br />

pero yo habría podido <strong>de</strong>sear permanecer como inválido permanente en su habitación.<br />

Otra causa <strong>de</strong> la tranquila felicidad que experimentaba era la conciencia <strong>de</strong> un<br />

cambio en mi propia disposición mental, que me hacía ajeno a La Casa ya que ahora era<br />

capaz, imaginaba, <strong>de</strong> apreciar el buen carácter <strong>de</strong> mis amigos, su cristalina pureza <strong>de</strong> alma<br />

y la religión que profesaban. Hacía mucho, en días ya idos, había escuchado mucho y muy<br />

nutrido acerca <strong>de</strong> la dulzura, la luz y los filisteos, casi ignorando a qué se refería este gran<br />

problema, y al oír <strong>de</strong> algunos <strong>de</strong> mis amigos que yo carecía <strong>de</strong> las cualida<strong>de</strong>s que ellos más<br />

valoraban me proclamé un filisteo y me sentía feliz al haber concluido la controversia <strong>de</strong><br />

tal modo en tanto y cuanto a mí me concernía. Ahora era como un ser a quien algo<br />

importante se le dijo, lo cual, apenas escuchado e inmediatamente olvidado sólo se<br />

sumerge en sus asuntos, pero que, acostado <strong>de</strong> noche en el silencio <strong>de</strong> su cuarto, recuerda<br />

las palabras <strong>de</strong>soídas y percibe su profundo significado. Mi estancia entre esta gente,<br />

mujeres angelicales y hombres <strong>de</strong> carácter afable, <strong>de</strong> suave mirada y en los labios un tenue<br />

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