GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón
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próximo y esperábamos pacientemente su regreso para identificarlo. De pronto, a unos tres<br />
metros de donde estábamos, vi salir dos culebras de un amasijo pardo de troncos de brezo.<br />
Roger, a quien no se sabía por qué le daban miedo las culebras, soltó un gañidito de alarma y<br />
bajó las orejas. Yo le acallé violentamente y me puse a observar qué hacían. Parecía como si<br />
una fuera pisándole los talones a la otra. ¿La iría persiguiendo para comérsela? Del brezal<br />
pasaron a unos matojos de hierbas agostadas y se ocultaron a mi vista. Ya maldecía yo mi<br />
mala suerte e iba a correrme de sitio con la esperanza de volver a verlas, cuando reaparecieron<br />
sobre terreno relativamente despejado.<br />
Allí la que iba en cabeza se detuvo, y la de detrás se deslizó hasta situarse en paralelo con<br />
ella. Así permanecieron un momento, y luego la perseguidora se puso a hociquear<br />
cautelosamente la cabeza de la otra. Decidí que la primera era una hembra, y la segunda un<br />
macho. El siguió topándola en la garganta hasta que al fin ella alzó un poco del suelo la<br />
cabeza y el cuello; quedó inmóvil en esa posición, y el macho, apartándose unos centímetros,<br />
levantó también la cabeza, y ambos permanecieron así, petrificados, mirándose fijamente,<br />
durante bastante rato. Después el macho se adelantó despacio y se enroscó alrededor de la<br />
hembra, y los dos se alzaron todo lo que pudieron sin perder el equilibrio, entrelazados como<br />
dos convólvulos. De nuevo quedaron quietos un momento, y a continuación empezaron a<br />
balancearse como dos luchadores trabados en el ring, enroscando las colas y agarrándose a las<br />
raíces de alrededor para sujetarse mejor. De improviso se desplomaron de lado, reuniéronse<br />
sus extremos posteriores y copularon, tendidas al sol y enmarañadas cual serpentinas en<br />
carnaval.<br />
En ese momento, Roger, que hasta entonces había observado mi interés por las culebras<br />
con creciente disgusto, se puso en pie y se sacudió antes de que yo pudiera detenerle, dando a<br />
entender que a su juicio sería mucho mejor que nos largáramos de allí. Desgraciadamente, las<br />
culebras vieron su movimiento; por un instante se agitaron en una madeja de pieles brillantes<br />
al sol, y en seguida la hembra se desasió y huyó velozmente al abrigo del brezal, arrastrando<br />
tras ella al infeliz macho, todavía enganchado. Roger me miró, dio un estornudito de placer y<br />
meneó su muñón de rabo. Pero yo estaba enfadado con él y así se lo dije sin ambages. En las<br />
numerosas ocasiones en que él estaba acoplado a una perra, señalé, ¿le gustaría a él verse<br />
sorprendido por algún peligro y ser tan ignominiosamente sacado a rastras del campo del<br />
amor?<br />
Con el verano llegaban a la isla los gitanos, para ayudar a recoger las cosechas y de paso<br />
afanar lo que pudieran. De ojos negros como la endrina, la oscura piel renegrida por el sol,<br />
desgreñados y andrajosos, se trasladaban en grupos familiares por los blancos y polvorientos<br />
caminos, a lomos de burros o de ligeros ponies relucientes como castañas. Sus campamentos<br />
eran lugares de miserable encanto, con una docena de calderos borboteando con distintos<br />
ingredientes sobre las hogueras, y las viejas sentadas a la sombra de las mugrientas tiendas,<br />
con las cabezas de los niños más pequeños sobre el regazo, buscándoles cuidadosamente los<br />
piojos, mientras los mayorcitos, astrosos como hojas de diente de león, jugaban dando<br />
alaridos y revolcándose en el polvo. Los hombres que tenían algún oficio aparecían muy<br />
atareados en él: uno retorcía y ataba globos multicolores que, con chirridos de protesta,<br />
tomaban extrañas formas de animales; otro, tal vez orgulloso propietario de un espectáculo de<br />
sombras karaghiozi ∗ , remozaba las figuras recortadas de vivísimos colores y practicaba su<br />
número, recitando las chocarrerías y los equívocos del karaghiozi, con ruidoso regocijo de las<br />
hermosas muchachas que removían los guisos de los calderos o hacían calceta a la sombra.<br />
Siempre había querido yo hacer amistad con los gitanos, pero eran gente tímida y poco<br />
sociable, que apenas toleraba a los griegos, de modo que mi mata de pelo casi decolorado por<br />
el sol y mis ojos azules me convertían automáticamente en sospechoso para ellos; y, aunque<br />
me dejaban visitar sus campamentos, nunca se mostraban comunicativos, como los<br />
∗<br />
Teatrillo popular turco. Los personajes son figuras planas cuya silueta se proyecta sobre una pantalla. (N.<br />
del T.)