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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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—Hay que hacer algo —dijo—. Yo no puedo dormir con un rechinar de cadenas sobre la<br />

cabeza, y si no duermo no puedo escribir.<br />

—Pero no sé qué pretendes que hagamos nosotras para remediarlo, hijo —dijo Mamá—.<br />

Seguro que es el viento.<br />

—Pues claro, no pretenderás que subamos ahí —dijo Margo—. Sube tú, que eres un<br />

hombre.<br />

—Oye —dijo Larry—, tú eres quien volvió de Londres rebozada en ectoplasma y<br />

hablando del infinito. Lo más probable es que sea algún ente demoníaco que conjuraste en<br />

una de tus sesiones y que te ha seguido hasta aquí. Conque es tu protegido. Tú eres quien<br />

tiene que habérselas con él.<br />

La palabra «protegido» me sugirió algo. Pero no podía tratarse de Lampadusa. Al igual<br />

que todos los búhos, las lechuzas tienen un aleteo tan suave y silencioso como el vuelo de un<br />

vilano. ¿Cómo iba a hacer Lampadusa ruidos de cadenas y bolas?<br />

Entré en la alcoba y pregunté de qué estaban hablando.<br />

—Nada, querido, sólo se trata de un fantasma —dijo Mamá—. Que Larry ha encontrado<br />

un fantasma.<br />

—Está en el ático —dijo Margo muy excitada—. Larry cree que me ha seguido desde<br />

Inglaterra. ¿Podría ser Mawake?<br />

—No empecemos otra vez con toda aquella historia —dijo Mamá con firmeza.<br />

—Me importa un comino quién sea —dijo Larry—, cuál de tus amistades desencarnadas.<br />

Quiero que desaparezca.<br />

Dije que, en mi opinión, había una posibilidad remotísima de que se tratara de<br />

Lampadusa.<br />

—¿Y eso qué es? —preguntó Mamá.<br />

Expliqué que era la lechuza que me había regalado la condesa.<br />

—Debí suponerlo —dijo Larry—. Debí suponerlo. Lo que no sé es por qué no se me<br />

ocurrió desde el primer momento.<br />

—Bueno, hijo, cálmate —dijo Mamá—. No es más que una lechuza.<br />

—¡Que no es más que una lechuza! —exclamó Larry—. Suena como un batallón de<br />

tanques chocando unos con otros. Dile que se la lleve del desván.<br />

Yo dije que no comprendía que Lampadusa pudiera hacer ruido, porque las lechuzas eran<br />

lo más sigiloso del mundo…; que cruzaban la noche con alas silenciosas, como copos de<br />

ceniza…<br />

—Pues ésta no tiene alas silenciosas —dijo Larry—. Suena como una lechuza-orquesta.<br />

¡Sube y llévatela!<br />

Apresuradamente cogí una linterna y subí al ático. Me bastó abrir la puerta para ver lo que<br />

sucedía. Lampadusa había devorado el ratón, y después había descubierto que aún quedaba<br />

una larga tira de carne en el plato. Al cabo de las horas, el calor la había solidificado y<br />

adherido al plato. Lampadusa, sin duda pensando que aquel bocado le vendría bien como<br />

tentempié para resistir hasta el amanecer, había intentado cogerlo. La curva de su afilado pico<br />

ambarino había atravesado la carne, pero ésta se había negado a desprenderse, y allí estaba mi<br />

lechuza atrapada, aleteando inútilmente por el suelo, zarandeando y estrellando el plato contra<br />

el entarimado para despegárselo del pico. Así que la saqué de aquel aprieto y me la llevé a mi<br />

cuarto, donde la encerré en su caja de cartón por lo que pudiera suceder.

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