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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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—Espero que eso no signifique —dijo Larry con ominosa expresión— que vayamos a<br />

tener pulpos y congrios retorciéndose por los suelos. Será mejor que se lo prohíbas, Mamá. En<br />

cuanto que te descuides, vas a encontrarte toda la casa con el aspecto y el olor de Grimsby ∗ .<br />

A eso repliqué, no sin cierto acaloramiento, que no era mi intención llevar los ejemplares<br />

capturados a la villa, sino ponerlos directamente en mi estanque especial.<br />

—Las diez de la noche es un poco tarde, hijo —dijo Mamá—. ¿A qué hora estarás de<br />

vuelta?<br />

Mintiendo con gallardía, dije que calculaba estar de vuelta a eso de las once.<br />

—Bueno, pues ve bien abrigado —dijo Mamá, siempre convencida de que, por más que<br />

las noches fueran suaves y templadas, era inevitable que yo agarrase una pulmonía doble si no<br />

llevaba jersey. Prometí fielmente que me abrigaría, me acabé el té y luego pasé una hora muy<br />

grata y emocionante supervisando mi equipo de recolección. Disponía de la red de mango<br />

largo, una caña larga con tres ganchos de alambre en la punta para aproximar las matas de<br />

algas interesantes, ocho tarros de boca ancha y varias latas y cajas aptas para meter cosas tales<br />

como cangrejos y conchas. Asegurándome bien de que Mamá no andaba por las cercanías, me<br />

puse el traje de baño debajo de los pantalones y escondí una toalla en el fondo de la bolsa de<br />

recolección, pues estaba seguro de tener que bucear para coger algunas cosas, y los temores<br />

de pulmonía doble de mi madre se habrían multiplicado al ciento por uno si llega a conocer<br />

mis intenciones.<br />

Por fin, a las diez menos cuarto me eché la bolsa a la espalda y, provisto de una linterna,<br />

emprendí la bajada por los olivares. La luna era una hoz pálida y tiznada en el cielo salpicado<br />

de estrellas, y sólo enviaba un hilillo de luz. En las negras oquedades de las raíces de los<br />

olivos brillaban como esmeraldas las luciérnagas, y se oía a los autillos llamarse unos a otros<br />

con su «toink, toink» desde las sombras.<br />

Cuando llegué a la playa encontré a Taki sentado en su barca, fumando. Había encendido<br />

el farol de carbono, que, sibilando iracundo para sí y despidiendo un fuerte olor a ajos,<br />

arrojaba un brillante círculo de luz blanca sobre el agua baja que ceñía la proa. Vi que la luz<br />

había atraído ya a multitud de animales. Los gobios y las rabosas habían salido de sus<br />

agujeros, y, posados sobre las rocas cubiertas de algas, boqueaban y tragaban aire con<br />

expresión expectante, como el público que en un teatro espera que se alce el telón. Los<br />

cangrejos de mar correteaban de acá para allá, parándose de vez en cuando para arrancar<br />

delicadamente un alga y metérsela en la boca con cuidado; y por todas partes iban dando<br />

tumbos las peoncillas arrastradas por cangrejitos ermitaños de colérico aspecto, ocupantes<br />

ahora de las conchas en lugar de sus legítimos propietarios.<br />

Coloqué el equipo de recolección en el fondo de la barca y me senté dando un suspiro de<br />

satisfacción. Taki apartó la barca de la orilla, y, tocando fondo con el remo, la impulsó entre<br />

los macizos de alga de vidrieros que crujían y susurraban contra la borda. Ya en aguas más<br />

profundas fijó los dos remos y se puso a remar de pie. Avanzábamos muy despacio. Taki<br />

observaba con mirada atenta el nimbo de luz que iluminaba el fondo del mar en un radio de<br />

unos cuatro metros. Los remos chirriaban musicalmente, y Taki canturreaba en voz baja. A un<br />

costado de la barca llevaba una pértiga de casi tres metros de largo, que acababa en un<br />

tridente de cinco puntas, con feroces lengüetas. En la proa se veía la botellita de aceite de<br />

oliva, adminículo muy necesario para el pescador, porque, si una racha de viento encrespaba<br />

las aguas, unas salpicaduras de aceite aquietaban la ondulada superficie como por arte de<br />

magia. A marcha lenta y regular fuimos saliendo hacia la negra silueta triangular de<br />

Pondikonissi, a donde estaban los arrecifes. Ya cerca de ellos, Taki descansó sobre los remos<br />

un momento y se volvió hacia mí.<br />

—Vamos a estar dando vueltas durante cinco minutos —dijo—, para coger yo lo que<br />

haya. Luego te daré una vuelta para que cojas tú lo que quieras.<br />

∗<br />

Ciudad costera de Gran Bretaña, uno de los mayores puertos pesqueros del mundo y centro de conservas<br />

de pescado (N. del T,).

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