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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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—Qué se lo van a haber robado, estúpido —dijo Larry, agotada ya su capacidad de<br />

resistencia—. Como no estaba usted esperando, lo cogieron para volver al pueblo. Si se da<br />

usted prisa todavía los alcanza.<br />

Implorando el auxilio de San Spiridion, el cochero echó a correr por entre los olivos hacia<br />

la carretera.<br />

Decidido a no perderme el último acto de la obra, yo corrí a un buen punto de<br />

observación desde donde se veía claramente la entrada de la avenida y un tramo de la<br />

carretera que conducía al pueblo, iluminada por la luna. El coche acababa de dejar la avenida<br />

y enfilaba la carretera a buen paso, con Donald y Max cantando muy contentos al unísono. En<br />

ese momento apareció el cochero entre los olivos y, lanzando imprecaciones, echó a correr<br />

tras ellos.<br />

Max, sobresaltado, volvió la cabeza y gritó:<br />

—¡Lobos, Donald! ¡Agárrate bien!<br />

Y arreó un latigazo a la grupa del desdichado caballo, que, sobresaltado, pasó al galope:<br />

la clase de galope de que sólo era capaz un caballo de coche de alquiler corfiota, suficiente<br />

para mantener al cochero echando los bofes a diez pasos de distancia, chillando, implorando y<br />

casi sollozando de rabia. Max, decidido a salvar a Donald a toda costa, cascaba al caballo sin<br />

piedad, y Donald, vuelto hacia atrás y sacando el cuerpo fuera, gritaba ¡«Bang!» de tanto en<br />

tanto. Así desaparecieron de mi vista camino de Corfú.<br />

A la mañana siguiente la hora del desayuno nos encontró a todos un poco maltrechos, y<br />

Mamá sermoneó severamente a Larry por permitir que se presentara gente a las dos de la<br />

madrugada pidiendo copas. En mitad del sermón vimos subir el coche de Spiro hasta delante<br />

de la casa, y Spiro entró anadeando en el porche donde estábamos, abrazado a un enorme<br />

paquete oblongo de papel de estraza.<br />

—Esto es para usted, señoras Durrells —dijo.<br />

—¿Para mí? —dijo Mamá, ajustándose las gafas—. ¿Qué puede ser?<br />

Abrió el paquete con cautela, y allí dentro, luciendo todos los colores del arco iris, estaba<br />

la mayor caja de bombones que yo había visto en la vida. Llevaba prendida una tarjetita<br />

blanca en la que se veía escrito con mano insegura: «Con nuestras disculpas por lo de anoche.<br />

Donald y Max».

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