GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón
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—Esto que ven, naturalmente, es lo último de la vendimia —explicaba Stavrodakis—.<br />
Estas uvas son las últimas rojas. Vienen de un viñedo pequeño del monte, y me atrevería a<br />
decir que dan uno de los mejores vinos de Corfú.<br />
Taki interrumpió momentáneamente su bailoteo sobre la uva, echó los brazos fuera del<br />
lagar y se quedó colgado como una golondrina beoda sobre su nido, con los brazos y las<br />
manos manchados de vino y recubiertos de una costra de hollejos y pepitas.<br />
—Ya debería salir —dijo con voz espesa—; si no salgo ya voy a coger una buena tajada.<br />
—Sí, sí, en seguida, Taki —dijo Stavrodakis, mirando con nerviosismo a su alrededor—.<br />
Ahora mismo viene Costos a relevarte.<br />
—¡Es que tengo que mear! —explicó Taki quejoso—. No se puede trabajar si no se mea.<br />
El viejo dejó el violín y, presumiblemente a modo de compensación, le dio a Taki un<br />
pedazo de pan basto, que él devoró con ansia.<br />
Teodoro estaba dándole a Sven una erudita conferencia sobre los vinos, apuntando con el<br />
bastón a los pisadores y a los lagares como si fueran objetos expuestos en un museo.<br />
—¿Quién fue el que se ahogó en un tonel de malvasía? —le preguntó Max a Larry.<br />
—Uno de los personajes más sensatos de Shakespeare —fue la respuesta.<br />
—Recuerdo una ocasión —dijo Kralefsky dirigiéndose a Donald— en que estaba yo<br />
enseñándole a una dama una de las mayores bodegas de Francia. Estábamos en mitad de la<br />
bodega cuando empecé a sentirme inquieto. Me parecía intuir algún peligro; así que<br />
acompañé a la dama a la salida, y en ese momento explotaron catorce barriles con un fragor<br />
como de catorce cañones…<br />
—Aquí, como han visto ustedes, pisamos la uva —dijo Stavrodakis—. Ahora, si quieren<br />
ustedes acompañarme por aquí, les mostraré dónde se conserva el vino.<br />
Y por un arco nos hizo pasar al otro sector tenebroso de la bodega. Allí se amontonaban<br />
hilera sobre hilera de cubas situadas en horizontal, y el ruido era increíble. Yo al principio lo<br />
atribuí a alguna causa exterior, hasta que me di cuenta de que procedía de las cubas. Al<br />
fermentar el vino en sus pardas panzas, las cubas gorgoteaban y chirriaban, y se rugían unas a<br />
otras como una multitud enfurecida. El resultado era un sonido fascinante, pero que daba un<br />
poco de miedo. Era como si en cada cuba estuviera encerrado un demonio terrorífico que<br />
chillaba barbaridades incomprensibles.<br />
—Los campesinos dicen… —dijo Teodoro con macabro regodeo, golpeando levemente<br />
una cuba con el bastón—, los campesinos dicen que es el sonido que hace un hombre al<br />
ahogarse.<br />
—¡Malvasía! —exclamó Max excitado—. ¡Barriles y barriles de malvasía! ¡Larry, famos<br />
a aojarnos juntos!<br />
—Ahogarnos —dijo Donald.<br />
—Todo esto es muy interesante —le estaba diciendo Mamá falazmente a Stavrodakis—,<br />
pero, si usted nos disculpa, sería conveniente que mi hija y yo volviéramos a la playa para<br />
ocuparnos de la comida.<br />
—Sería curioso saber qué fuerza se genera ahí dentro —dijo Leslie, mirando<br />
melancólicamente a su alrededor—. Quiero decir, si se generase fuerza suficiente para hacer<br />
saltar uno de estos bitoques, ¿qué potencia tendría?<br />
—Muchísima —dijo Teodoro—. Recuerdo haber visto una vez a un hombre que había<br />
sido muy malherido por el bitoque de una cuba.<br />
Y, como para demostrarlo, le asestó un varetazo a una cuba y todos dimos un salto.<br />
—Sí, bueno, si nos disculpan ustedes… —dijo Mamá nerviosa—, Margo y yo deberíamos<br />
irnos.<br />
—Pero los demás, ¿los demás vendrán a mi casa y tomarán unos vinos? —suplicó<br />
Stavrodakis.<br />
—No faltaba más —dijo Larry, como si le estuviera haciendo un favor.<br />
—¡Malvasía! —dijo Max, poniendo los ojos en blanco—. ¡Beberremos malvasía!