GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón
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Mamá justificó su proceder con una notable muestra de lógica.<br />
—Creo que debo conocer a ese tal Mawake —fue su respuesta—. Al fin y al cabo está<br />
tratando a Margaret.<br />
—Bueno, querida —dijo Prue, viéndola inflexible—; me parece una locura, pero tendré<br />
que acompañarte. No puedo permitir que vayas tú sola a una cosa así.<br />
Yo supliqué que se me dejara ir también, porque, como señalé a Mamá, poco tiempo atrás<br />
Teodoro me había prestado un libro sobre el arte de descubrir a los falsos mediums, y los<br />
conocimientos que de ese modo había adquirido podían sernos de sumo provecho.<br />
—No me parece que debamos llevar a mamá —dijo Prue—. Podría tener un efecto<br />
perjudicial sobre ella.<br />
Conque a las seis en punto de la tarde, llevando entre nosotros a una Prue palpitante cual<br />
pajarito recién atrapado, bajamos a la habitación que la señora Haddock tenía en el sótano.<br />
Allí encontramos un variado muestrario de gente. La señora Glut, gerente del hotel; un ruso<br />
alto y saturnino de acento tan cerrado que parecía como si hablara con la boca llena de queso;<br />
una chica rubia joven y muy seria, y un jovencito insípido del cual se decía que estaba<br />
estudiando para actor, pero a quien no habíamos visto hacer nada más fatigoso que dormitar<br />
pacíficamente en el saloncito bordeado de palmeras. Me fastidió mucho que Mamá no me<br />
dejara registrar la habitación antes de empezar, en busca de cordeles ocultos o ectoplasma de<br />
imitación; pero sí conseguí hablarle a la señora Haddock acerca del libro que había leído,<br />
porque pensé que si era una médium de verdad el tema tenía que interesarla. La mirada que<br />
derramó sobre mí tenía muy poco de benévola.<br />
Nos sentamos en círculo cogidos de las manos y empezamos un poco en falso, porque al<br />
apagarse la luz Prue soltó un chillido taladrante y se puso en pie de un salto. Se descubrió que<br />
su bolso, que había dejado apoyado en la pata de la silla, había resbalado y le había rozado<br />
una pierna, produciéndole la sensación de haber sido tocada por una garra fría. Cuando<br />
pudimos tranquilizarla y convencerla de que no la había asaltado ningún espíritu perverso,<br />
regresamos cada uno a nuestra silla y volvimos a cogernos de las manos. La iluminación<br />
procedía de una lamparilla de aceite que ardía débilmente en un plato, y cuyo parpadeo<br />
arrojaba sombras cambiantes sobre la habitación y nos daba un aspecto fisonómico de recién<br />
salidos de tumbas muy antiguas.<br />
—Ahora-quiero-que-no-hable-nadie-y-debo-rogarles-que-todos-se-mantengan-cogidosmuy-fuerte-de-las-manos-para-que-no-perdamos-nada-de-la-esencia…<br />
Uaaaha —dijo la<br />
señora Haddock—. Sé-que-hay-incrédulos-entre-nosotros. No-obstante-les-ruego-que<br />
pongan-su-espíritu-en-un-estado-de-calma-y-receptividad.<br />
—¿Por qué dice eso? —susurró Prue a Mamá—. Yo no soy incrédula. Si lo malo es que<br />
creo demasiado.<br />
Una vez dadas las instrucciones, la señora Haddock fue a ocupar su lugar en un sillón y,<br />
con engañosa facilidad, entró en trance. Yo la vigilaba atentamente. Estaba decidido a no<br />
perderme el ectoplasma. Al principio no hizo otra cosa que estar allí sentada con los ojos<br />
cerrados, y lo único que se oía eran los crujidos y temblores de la agitada Prue. Después la<br />
señora Haddock empezó a respirar profundamente, y, al poco rato, a emitir opulentos y<br />
vibrantes ronquidos, que sonaban como el vaciado de un saco de patatas en el suelo de un<br />
desván. No me impresionó. Al fin y al cabo, el ronquido era una de las cosas más fáciles de<br />
falsificar. La mano de Prue que asía una de las mías estaba bañada en sudor, y yo sentía correr<br />
por su brazo repeluznos de miedo.<br />
—Ahaaaaa —dijo de pronto la señora Haddock, y Prue saltó en la silla y exhaló un débil<br />
gemido desolado, como si le hubieran asestado una puñalada.<br />
—Ahaaaaaaaa —dijo la señora Haddock, agotando todas las posibilidades dramáticas de<br />
tan simple alocución.<br />
—No me gusta —susurró Prue entrecortadamente—. Louise, querida, no me gusta esto.<br />
—Cállate, que lo vas a estropear todo —susurró Margaret—. Relájate y ponte receptiva.