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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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—Eso es lo que he dicho —dijo Max con benevolencia.<br />

—Has dicho «éramos» —dijo Donald.<br />

Max se paró a pensarlo un breve instante.<br />

—Da igual —dijo—, los ojos estaban azules.<br />

—Eran azules —dijo Donald.<br />

—¡Ah, ya estáis aquí! —dijo Margo sin aliento al vernos entrar—. Creo que son amigos<br />

tuyos, Larry.<br />

—¡Larry! —tronó Max, levantándose con la gracia desmañada de una jirafa—. ¡Hemos<br />

venido como nos dijiste!<br />

—Qué estupendo —dijo Larry, forzando a sus facciones arrugadas por el sueño a<br />

contraerse en un simulacro de sonrisa acogedora—. ¿Te importaría bajar la voz? Es que mi<br />

madre está enferma.<br />

—Las mazres —dijo Max, con inmensa convicción— son lo más imporrtante del mundo.<br />

Y volviéndose hacia Donald se puso un largo dedo sobre el bigote y dijo «Sssh» con tal<br />

violencia que Roger, que había caído en un sueño apacible, al instante se puso en pie de un<br />

salto y empezó a ladrar desaforadamente. Widdle y Puke le corearon con energía.<br />

—Vaya mala educación —observó Donald entre ladrido y ladrido—. Un invitado no debe<br />

hacer ladrar a los perros de su anfitrión.<br />

Max se arrodilló y envolvió en sus largos brazos al todavía vociferante Roger, maniobra<br />

que yo contemplé con cierta intranquilidad, porque sabía que Roger era muy capaz de<br />

malinterpretarla.<br />

—Calla, Guau Guau —dijo Max, lanzando una ancha sonrisa a la cara erizada y<br />

beligerante del perro.<br />

Con gran asombro por mi parte, Roger al punto dejó de ladrar y se puso a darle<br />

entusiásticos lametones en la cara.<br />

—Ejem…, ¿os apetece… tomar una copa? —dijo Larry—. Claro que no puedo pediros<br />

que os quedéis mucho rato, porque desdichadamente tengo enferma a mi madre.<br />

—Eres muy amable —dijo Donald—. Sois amabilísimos. Excusad a mi amigo, por favor.<br />

Es que es extranjero.<br />

—Bueno, yo me parece que me vuelvo a la cama —dijo Margo, e inició cautamente la<br />

huida.<br />

—¡Ni hablar! —ladró Larry—. Alguien tendrá que traer las copas.<br />

—No aparrte usted —dijo Max, tendido en el suelo con Roger entre los brazos y<br />

dirigiendo a Margo una mirada lastimera—, no aparrte usted sus ojos de mi órrbita.<br />

—Bueno, pues voy por las copas —dijo Margo sin respiración.<br />

—Y yo la ayudo —dijo Max, echando a Roger para ponerse en pie.<br />

Roger había sacado la errónea conclusión de que Max pensaba pasarse toda la noche<br />

acunándole frente al fuego moribundo de la chimenea, y lógicamente no encajó bien el verse<br />

despedido de esa manera, conque otra vez se puso a ladrar.<br />

Abriose de golpe la puerta, y apareció Leslie sin más atuendo que una escopeta debajo del<br />

brazo.<br />

—¿Qué leches pasa aquí? —preguntó.<br />

—Leslie, por favor, ponte algo encima —dijo Margo—. Son unos amigos de Larry.<br />

— ¡Santo Dios! —gimió Leslie—. ¡Más no!<br />

Y dando media vuelta desapareció escaleras arriba.<br />

—¡Copas! —exclamó Max, rodeando apasionadamente a Margo con sus brazos y<br />

arrastrándola a paso de vals, con acompañamiento de los ladridos casi histéricos de Roger.<br />

— ¡Por favor, un poco de silencio! —dijo Larry—. ¡Max, por lo que más quieras!<br />

—Qué mala educación —dijo Donald.<br />

—Piensa en mi madre —añadió Larry— en vista de que aquella referencia evidentemente<br />

había pulsado alguna tecla en el alma de Max.<br />

Inmediatamente el aludido puso fin a su vals con la jadeante Margo.

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