GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón
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Le di el mazapán a Pavlo, y cuando por fin se hubo despegado de las muelas la última<br />
partícula pegajosa y la hubo deglutido, dio un suspiro de satisfacción y se echó en el suelo con<br />
la cabeza entre las patas.<br />
—¿Quieren ustedes ver la Cabeza? —preguntó el gitano, y con un gesto señaló hacia el<br />
fondo del barracón, en donde se veía una mesa de madera de pino y encima de ella una caja<br />
cuadrada, que parecía ser de tela.<br />
—Esperen, voy a encender las velas —añadió.<br />
Sobre la caja había como una docena de velas de buen tamaño, soldadas por su propia<br />
cera. Encendiolas el gitano, y dieron una luz vacilante y temblorosa que arrojaba sombras<br />
bailonas. Seguidamente el gitano se acercó a la mesa y la golpeó con el bastón del oso.<br />
—¿Estás preparado? —preguntó.<br />
Un delicado repeluzno de aprensión me corrió por la espalda. Del interior de la caja de<br />
tela salió una voz aguda y clara que dijo: «Sí, estoy preparado».<br />
El hombre levantó la tela de uno de los costados de la caja, y vi que ésta estaba hecha de<br />
chapas delgadas de madera, sobre las cuales se había claveteado de cualquier manera la fina<br />
tela. La caja medía como un metro por cada lado. En el centro había una pequeña peana plana<br />
por arriba, y sobre ella, con el macabro aspecto que le daba la luz vacilante de las velas,<br />
descansaba la cabeza de un niño de unos siete años.<br />
—¡Caramba! —exclamó Kralefsky con admiración—. ¡Qué bien hecho está!<br />
Lo que a mí me asombró fue que la cabeza estaba viva. Se veía que era de un gitanillo,<br />
maquillada un tanto toscamente para que pareciera la cabeza de un negro. Nos miraba<br />
fijamente y parpadeaba.<br />
—¿Estás preparado para que te haga preguntas? —preguntó el gitano, mirando con<br />
evidente satisfacción al extasiado Kralefsky.<br />
La Cabeza se relamió los labios y dijo:<br />
—Sí, estoy preparado.<br />
—¿Cuántos años tienes? —preguntó el gitano.<br />
—Más de mil años —dijo la Cabeza.<br />
—¿De dónde eres?<br />
—Soy africano y me llamo Ngo.<br />
El gitano siguió preguntando con monótono soniquete y la Cabeza contestándole, pero<br />
eso no me interesaba. Lo que yo quería saber era dónde estaba el truco. Cuando el gitano me<br />
habló por primera vez de ella, me imaginé algo de madera tallada o de yeso, que hablaría por<br />
ventriloquismo; pero aquello era una cabeza viva posada en una peanita de madera, del<br />
diámetro de una vela. No cabía duda alguna de que estaba viva, porque mientras respondía<br />
automáticamente a las preguntas su mirada vagaba de un sitio a otro, y en un momento en que<br />
Pavlo se levantó y se sacudió, la cara adquirió una expresión de recelo.<br />
—Ahí tienen —dijo el gitano con orgullo cuando acabó el interrogatorio—. Te lo había<br />
dicho, ¿no? Es la cosa más extraordinaria del mundo.<br />
Le pregunté si me dejaría examinarlo todo desde más cerca. De pronto me había acordado<br />
de que Teodoro me había descrito una ilusión semejante, que se lograba con ayuda de espejos.<br />
No veía yo dónde se podría esconder el cuerpo que lógicamente correspondería a la Cabeza,<br />
pero pensaba que la mesa y la caja requerían una investigación.<br />
—Claro que sí —me respondió el gitano, con cierta sorpresa por mi parte—. Ten, toma el<br />
bastón. Lo único que te pido es que la Cabeza no la toques.<br />
Con el bastón tanteé cuidadosamente todo alrededor de la peana, en busca de espejos o<br />
alambres ocultos, y la Cabeza me observó con expresión de ligero regocijo en sus negros ojos.<br />
Comprobé que los costados de la caja eran sólo de tela, y que el suelo de la caja era, en efecto,<br />
el tablero de la mesa. Pasé a la parte de atrás y no vi nada. Incluso me metí debajo de la mesa,<br />
pero allí no había nada, y desde luego no quedaba sitio para esconder un cuerpo. Aquello era<br />
incomprensible.