18.05.2013 Views

GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

que dentro de la villa no podía ser, habida cuenta de que Larry acababa de señalar a Mamá<br />

que, si así lo deseaba, podría cultivar una buena cosecha de patatas en el vestíbulo.<br />

—Para eso es la cabaña que hizo Costas —dijo Mamá.<br />

Yo no cabía en mí de gozo. ¡Qué familia tan noble, comprensiva y bondadosa! ¡Con qué<br />

astucia me habían ocultado el secreto! ¡Cuánto habían trabajado para adornar a la burra!<br />

Despacito y con cuidado, como si de una frágil porcelana se tratara, conduje a mi corcel por el<br />

jardín hasta el olivar, abrí la puerta de la chocita de cañas y lo metí dentro. Creí necesario<br />

hacer una prueba de dimensiones, porque Costas tenía fama de chapucero. Pero la cabaña era<br />

espléndida: lo justo para ella. La volví a sacar, la até a un olivo con una cuerda muy larga, y<br />

durante media hora me sumí en extática contemplación, admirándola desde todos los ángulos<br />

mientras ella pacía plácidamente. Al fin oí que Mamá me llamaba para el desayuno, y suspiré<br />

satisfecho. Estaba claro, no cabía duda alguna: no era porque fuera mía, pero mi burra era la<br />

mejor de toda la isla de Corfú. Sin razón aparente decidí ponerle de nombre Sally. Le di un<br />

beso fugaz en el sedoso hocico y entré a desayunar.<br />

Después del desayuno, Larry, con gesto magnánimo que me sorprendió mucho, se ofreció<br />

a enseñarme a montar. Dije que no sabía que él supiera montar a caballo.<br />

—Claro que sí —dijo, como sin darle importancia—. Cuando vivíamos en la India yo<br />

andaba siempre con ponies y demás. Yo los cepillaba, les daba de comer y todo eso. Pero hay<br />

que saber hacerlo, claro.<br />

Conque provistos de una manta y una cincha larga, nos fuimos al olivar. Le echamos la<br />

manta a Sally sobre el lomo, y se la sujetamos en su sitio. Ella observaba estos preparativos<br />

con interés, pero sin entusiasmo. No sin cierta dificultad, porque Sally se empeñaba en dar<br />

vueltas y más vueltas en círculo cerrado, Larry consiguió al fin subirme al lomo. Luego<br />

cambió la soga con que estaba atada la burra por un ronzal y unas riendas de cuerda.<br />

—Bueno —empezó—: se trata únicamente de gobernarla como si fuera un bote. Cuando<br />

quieras que vaya más deprisa, no tienes más que cocearla en las costillas con el talón.<br />

Si la equitación se reducía a eso, iba a ser pan comido, pensé. Di un tirón a las riendas y<br />

clavé los talones en las costillas de Sally. Lástima que en mi caída se interpusiera una zarza de<br />

gran tamaño y extraordinariamente poblada. Sally contempló cómo me desenredaba,<br />

mirándome con expresión de asombro.<br />

—A lo mejor sería conveniente que llevaras una vara —dijo Larry—, y así usas las<br />

piernas para sujetarte bien y no te caes.<br />

Me cortó una varita, y volví a montar a Sally. Esta vez rodeé bien con las piernas su<br />

cuerpo de barril, y le di un varazo seco con la fusta. La burra corcoveó varias veces, muy<br />

enfadada, pero yo me pegué como una lapa, y en menos de media hora tuve la dicha de<br />

hacerla trotar de acá para allá entre los olivos, respondiendo dócilmente a los tirones de la<br />

rienda. Larry, tendido al pie de un olivo, fumaba y contemplaba mis progresos. Cuando vio<br />

que ya parecía dominar el arte ecuestre, se puso en pie y se sacó una navaja del bolsillo.<br />

—Bueno —dijo, mientras yo desmontaba—: ahora te voy a enseñar cómo tienes que<br />

cuidarla. Lo primero de todo, tienes que darle un buen cepillado todas las mañanas. Te<br />

compraremos un cepillo en el pueblo. Después hay que comprobar que tiene los cascos<br />

limpios. Esto hay que hacerlo todos los días.<br />

Perplejo, pregunté cómo se le limpiaban los cascos a una burra.<br />

—Ahora lo verás —respondió mi hermano tranquilamente.<br />

Acercándose a Sally, se inclinó y le levantó una de las patas traseras.<br />

—Aquí dentro —dijo, y señaló al casco con la hoja de la navaja— se acumula un montón<br />

de porquería. Eso puede producirle toda clase de cosas: ajuagas, etcétera, y es muy importante<br />

mantenérselo limpio.<br />

Así diciendo, clavó la hoja en el casco. Con lo que no había contado era con que en Corfú<br />

no se herraba a los burros, ni con que en un animal joven los cascos, hablando en términos<br />

comparativos, son todavía blandos y sensibles. Así que, lógicamente, Sally reaccionó como si<br />

Larry la hubiera acuchillado con un hierro al rojo. Desasió la pezuña de sus manos, y, al

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!