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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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El fondo arenoso de la ensenada estaba interrumpido aquí y allá por medias lunas de<br />

negra y bruñida alga de vidrieros, que semejaban boas de plumas oscuras anclados al fondo, y<br />

allí se encontraba al pez aguja, cuya cabeza, posada en el extremo de un cuerpo largo y fino,<br />

guardaba un parecido extraordinario con lo que podría ser un caballito de mar alargado. Los<br />

peces aguja flotaban en posición vertical entre las algas de vidriero, y se les asemejaban tanto<br />

que había que buscarlos con gran concentración para distinguirlos.<br />

Al borde del agua, bajo las rocas, se encontraban cangrejos minúsculos o actinias rojas,<br />

como enjoyados acericos escarlata y azul, o anémonas de mar, cuyos esbeltos troncos color<br />

café y largos y retorcidos tentáculos les proporcionaban un estilo de peinado que habría dado<br />

envidia a la mismísima Medusa. Cada peña aparecía tachonada de corales rosados, blancos o<br />

verdes, y de hermosos bosques de algas diminutas, como la Acetabularia mediterránea, que<br />

formaba delicados mantos: un alga de finos tallos filiformes, y en lo alto de cada tallo una a<br />

modo de sombrillita verde vuelta del revés por algún viento submarino. De cuando en cuando<br />

lo que recubría la roca era una masa negra de esponjas, cuajada de abiertas bocas<br />

protuberantes como volcanes en miniatura. Se podían arrancar de la roca estas esponjas y<br />

abrirlas con una cuchilla de afeitar, porque a veces se encontraban animales curiosos en su<br />

interior; pero la esponja se vengaba pringándote las manos de una mucosidad que apestaba a<br />

ajos rancios y tardaba horas en quitarse.<br />

Diseminadas a lo largo de la orilla y en las pozas de las rocas encontraba conchas nuevas<br />

para mi colección; la mitad del placer de recogerlas estaba no ya en las bonitas formas de las<br />

conchas mismas, sino en sus nombres extraordinariamente evocadores. Descubrí con deleite<br />

que una concha puntiaguda como un bígaro grande, cuyo borde se prolongaba en una serie de<br />

dedos semi-palmeados, se llamaba pie de pelícano. Otra del tipo de una lapa, cónica, blanca y<br />

casi circular, llevaba el nombre de sombrero chino. Estaban también las llamadas arcas, y era<br />

verdad que las valvas de aquellas extrañas conchas a manera de caja, al separarlas, recordaban<br />

(echándole un poquito de imaginación) los cascos de dos pequeñas arcas de Noé. Y estaban<br />

las torrecillas, retorcidas y afiladas como el cuerno del narval, y las peoncillas, listadas con un<br />

bonito dibujo en zigzag, en escarlata, negro o azul. Al pie de rocas más grandes había<br />

fisurelas, cada una de las cuales, como su nombre indica, ∗ tenía en lo alto de la concha un<br />

extraño orificio en forma de ojo de cerradura por el cual respiraba el animal. Y lo mejor de<br />

todo era, con un poco de suerte, dar con las aplastadas orejas de mar, de concha rugosa y gris,<br />

con una hilera de agujeritos por un lado; pero si se le daba la vuelta y se extraía a su legítimo<br />

ocupante, todo el interior de la concha era una llamarada de colores opalescentes,<br />

crepusculares, de mágica belleza. Por aquel entonces no poseía yo ningún acuario, y tuve que<br />

construirme, en un rincón de la playa, un estanque de unos dos metros y medio de largo por<br />

más de un metro de ancho. Allí depositaba mis diversas capturas, y así podía estar casi seguro<br />

de volver a encontrarlas al día siguiente.<br />

Fue en aquella ensenada donde atrapé mi primer maido, y lo cierto es que habría pasado<br />

de largo, tomándolo por una piedra cubierta de algas, de no haber hecho el cangrejo un<br />

movimiento imprudente. Tenía el cuerpo del tamaño y forma aproximados de una perita<br />

aplastada, y el extremo en punta, decorado con una serie de púas, y rematado por dos<br />

protuberancias a manera de cuernos sobre los ojos. Las patas y pinzas eran largas, finas y<br />

ahusadas. Pero lo que más me llamó la atención de él fue que llevara sobre el dorso y las patas<br />

un traje completo de algas diminutas que parecían salirle de la concha. Encantado ante tan<br />

estrafalaria criatura, le trasladé triunfalmente a mi estanque. La firme presión con que hube de<br />

agarrarle (porque, no bien se percató de haber sido identificado como un cangrejo, hizo<br />

esfuerzos desesperados por escapar) fue causa de que llegara a la charca con bastantes<br />

peladuras en su traje de algas. Le deposité en el agua baja y clara y me tumbé tripa abajo para<br />

ver qué hacía. Primero se alzó de puntillas, como una araña apresurada, y corrió hasta una<br />

distancia de unos treinta centímetros de donde yo le había dejado; allí se sentó y se quedó<br />

∗ Su nombre inglés: Keyhole limpet, «lapa de ojo de cerradura» (N. del T.).

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