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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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—Lo has estropeado. Lo has estropeado —decía, retorciéndose las manos—. La señora<br />

Haddock no nos volverá a mirar a la cara.<br />

—Me alegraré de que así sea —dijo Mamá impertérrita, sirviéndole una copa de coñac a<br />

la temblorosa y todavía trastornada Prue.<br />

—¿Lo habéis pasado bien? —preguntó tía Fan, despertándose de pronto y sonriéndonos<br />

lechucescamente.<br />

—No —dijo Mamá secamente—, nada bien.<br />

—No puedo dejar de pensar en el ectoplasma —dijo Prue, tragando coñac—. Era así<br />

como…, una cosa…, una cosa así como viscosa.<br />

—¡Justo cuando empezaba a hablar Mawake! —aulló Margo—. ¡Justo cuando nos iba a<br />

decir algo importante!<br />

—Habéis hecho bien en volver pronto —dijo tía Fan—, porque incluso en esta época del<br />

año refresca mucho por las tardes.<br />

—Sentí con certeza que se dirigía a mi garganta —dijo Prue—. Sentí con certeza que se<br />

dirigía a mi garganta. Era como una especie de…, así como, no sé…, como si fuera una mano<br />

viscosa.<br />

—Y Mawake es el único que me ha hecho algún bien.<br />

—Mi padre solía decir que en esta época del año el tiempo puede ser muy traicionero —<br />

proseguía tía Fan.<br />

—Margaret, deja de comportarte como una necia —dijo Mamá enfadada.<br />

—Y Louise querida, noté aquella especie de horribles dedos viscosos que me subían hacia<br />

la garganta —continuó Prue sin prestar atención a Margo, enfrascada en el adorno de su<br />

experiencia.<br />

—Mi padre siempre llevaba paraguas, lo mismo en invierno que en verano. La gente se<br />

burlaba de él, pero más de una vez, incluso en días de mucho calor, le vino bien llevarlo.<br />

—Siempre lo estropeas todo. Siempre tienes que meterte por medio —dijo Margo.<br />

—Lo que pasa es que no me meto lo bastante —replicó Mamá—. Atiende a lo que te<br />

digo: basta ya de tonterías, deja de llorar. Nos volvemos a Corfú inmediatamente.<br />

—Si no llego a saltar en ese momento —dijo Prue—, se me abalanza a la yugular.<br />

—No hay nada más útil que unos buenos chanclos, solía decir mi padre.<br />

—Yo no vuelvo a Corfú. No quiero. No quiero.<br />

—Tú harás lo que yo te mande.<br />

—¡Se me enroscó alrededor de la garganta de una manera tan siniestra!<br />

—Nunca le gustaron las botas de agua, porque decía que hacían subir la sangre a la<br />

cabeza.<br />

Yo había dejado de escuchar. Todo mi ser rezumaba emoción. Volvíamos a Corfú.<br />

Íbamos a dejar aquel Londres absurdo, hosco y sin alma. Íbamos a volver a los olivares<br />

encantados y al mar azul, al calor y las risas de nuestros amigos, a los días largos, dorados,<br />

suaves.

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