GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón
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hembra con tal fuerza, que Kokino tardó cierto tiempo en desasirla y echarla a la lata de agua<br />
salada.<br />
La originalidad de aquella forma de pesca me la hizo muy simpática, aun bajo la oscura<br />
sospecha de que tal vez fuera poco deportiva. Venía a ser como coger perros a base de<br />
pasearse con una perra en celo atada a una correa larga. En una hora cogimos cinco machos<br />
de sepia dentro de un sector relativamente reducido de la bahía, y me sorprendió mucho que<br />
hubiera esa densidad de población en tan pequeño espacio, porque era un animal al que rara<br />
vez se veía, a menos que se saliera a pescar de noche. Durante todo ese tiempo la hembra<br />
representó su papel con una especie de indiferencia estoica, pero aun así me pareció que<br />
merecía una recompensa, por lo cual rogué a Kokino que la soltase, cosa que hizo muy de<br />
mala gana.<br />
Le pregunté cómo sabía que la hembra estaba en situación de atraer a los machos, y él se<br />
encogió de hombros.<br />
—Es la época —dijo.<br />
Entonces, ¿en esa época se podía poner cualquier hembra al extremo de un cordel y<br />
obtener resultados?<br />
—Sí —asintió Kokino—. Pero pasa como con las mujeres: hay hembras que son más<br />
atractivas que otras, y con esas se consiguen mejores resultados.<br />
La cabeza me daba vueltas ante la idea de tener que dilucidar los méritos relativos de dos<br />
hembras de sepia. Era una verdadera lástima que no se pudiera emplear aquel sistema con<br />
otros animales. Habría sido estupendo, por ejemplo, echar por la borda una hembra de<br />
caballito de mar atada a una hebra de algodón y recogerla después en medio de una<br />
enmarañada corte de machos apasionados. Que yo supiera, Kokino era el único practicante de<br />
aquella peculiar modalidad de pesca, porque jamás vi a otro pescador emplearla, y de hecho<br />
aquellos a quienes se la mencioné ni siquiera habían oído hablar de ello y tendían a acoger mi<br />
relato con estridente incredulidad.<br />
Aquella costa desflecada próxima a la villa era particularmente rica en fauna marina, y la<br />
escasa profundidad de las aguas favorecía mis trabajos de captura. Había conseguido<br />
engatusar a Leslie para que me hiciera un bote, que facilitó grandemente mis investigaciones.<br />
Aquella embarcación, casi circular, de quilla plana y con pronunciada escora a estribor, había<br />
recibido el nombre de «Bootle-bumtrinket» ∗ y, después de la burra, era mi posesión más<br />
preciada. Llenando el fondo de tarros, latas y redes, y provisto de un paquete de comestibles,<br />
me hacía a la mar en el «Bootle-bumtrinket» en compañía de mi tripulación: Widdle, Puke y<br />
Roger, y de vez en cuando el mochuelo Ulises, si le apetecía venir. Pasábamos los días<br />
calurosos, asfixiantes, explorando remotas ensenadas y archipiélagos rocosos e incrustados de<br />
algas. Corrimos muchas aventuras curiosas en aquellas expediciones. Una vez encontramos<br />
media hectárea de fondo marino cubierta por un gran banco de liebres de mar, animales de<br />
cuerpo oviforme y color púrpura, con un pulcro volante plisado por el borde y dos extrañas<br />
protuberancias en la cabeza que, efectivamente, guardaban extraordinaria semejanza con las<br />
largas orejas de una liebre. Por centenares se deslizaban sobre las rocas y la arena,<br />
dirigiéndose todas hacia el sur de la isla. No se tocaban ni manifestaban el menor interés unas<br />
por otras, por lo que supuse que no se trataba de una reunión de apareamiento, sino de alguna<br />
forma de migración.<br />
En otra ocasión, un grupo de delfines lánguidos, corpulentos y bondadosos nos descubrió<br />
anclados en una pequeña ensenada y, presumiblemente atraídos por la simpática combinación<br />
de anaranjado y blanco con que estaba pintado el «Bootle-bumtrinket», se pusieron a jugar a<br />
nuestro alrededor entre saltos y chapuzones, acercando sus caras sonrientes hasta el costado<br />
del bote y lanzándonos suspiros hondos y apasionados por sus respiraderos. Uno jovencito,<br />
más atrevido que los mayores, llegó incluso a pasar por debajo del bote, y sentimos el roce de<br />
∗<br />
De Bootle, nombre de un personaje literario famoso por su corpulencia, y bum, «trasero», alusivo todo<br />
ello a la redondez de la embarcación (N. del T.).