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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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que era adquirir inmediatos derechos de propiedad sobre Pavlo, el cual succionaba a través del<br />

bozal el último pedacito de chocolate, entre roncos suspiros de satisfacción. Estudié<br />

atentamente al hombre, que seguía en cuclillas, con mirada soñadora y la cabeza envuelta en<br />

nubes de humo. Decidí que con él sería mejor emplear el procedimiento directo, y a bocajarro<br />

le pregunté si estaría dispuesto a vender el oso y por cuánto.<br />

—¿Vender a Pavlo? —repitió—. ¡En la vida! ¡Si es como un hijo!<br />

Sí, pero ¿y si supiera que iba a ir a una buena casa?, dije. ¿A una casa donde le quisieran<br />

y le dejaran bailar? ¿No le tentaría eso a venderlo? El me miró, chupando el cigarrillo con<br />

expresión meditabunda.<br />

—¿Por veinte millones de dracmas? —inquirió, y se echó a reír al ver mi gesto de<br />

consternación—. La gente que tiene tierras necesita burros para trabajarlas —prosiguió—. No<br />

se desprenden de ellos así como así. Pues Pavlo es mi burro. Gana para sí y para mí bailando,<br />

y hasta que ya no pueda bailar de puro viejo no me pienso separar de él.<br />

Mi desilusión fue grande, pero vi que no se dejaría convencer. Abandoné mi postura<br />

recostada contra el lomo ancho y caliente de Pavlo, que roncaba bajito, y poniéndome en pie<br />

me sacudí el polvo. Bueno, dije, yo no podía hacer más. Comprendía que no quisiera<br />

desprenderse del oso, pero, si cambiaba de opinión, ¿se pondría en contacto conmigo? El<br />

asintió gravemente. Y si actuaban en el pueblo, ¿me podría avisar de en qué lugar, para que<br />

fuera a verlos?<br />

—Naturalmente —repuso—, pero ya te dirán dónde estoy, porque mi Cabeza es algo<br />

extraordinario.<br />

Asentí y le di la mano. Pavlo se puso en pie, y yo le di unas palmaditas en la cabeza.<br />

Cuando llegué a lo alto de la cañada me volví a mirar. Estaban los dos de pie, juntos. El<br />

hombre me saludó brevemente con la mano, y Pavlo, balanceándose sobre las patas<br />

posteriores, alzaba el hocico en el aire, buscándome con el olfato. Quise creer que era un<br />

gesto de despedida.<br />

Volví a casa a paso lento, pensando en aquel hombre, en su cabeza parlante y en el<br />

maravilloso Pavlo. ¿Sería posible conseguirse un osezno en alguna parte y criarlo? A lo mejor<br />

poniendo un anuncio en un periódico de Atenas salía algo.<br />

La familia estaba tomando el té en el cuarto de estar. Decidí exponerles mi problema.<br />

Apenas había entrado en la habitación, sin embargo, cuando en lo que hasta ese momento<br />

había sido una apacible escena se operó un cambio notable. Margo exhaló un alarido<br />

taladrante, Larry se dejó caer sobre el regazo una taza llena de té y dando un salto buscó<br />

refugio detrás de la mesa, Leslie agarró una silla y Mamá se me quedó mirando boquiabierta y<br />

con expresión de horror. Jamás había yo visto que mi presencia provocara tan visibles<br />

reacciones por parte de mi familia.<br />

—¡Sácalo de aquí! —rugió Larry.<br />

—¡Llévatelo, rediez! —dijo Leslie.<br />

—¡Nos matará a todos! —chilló Margo.<br />

—Id a buscar una escopeta —dijo Mamá con un hilo de voz—. Id a buscar una escopeta y<br />

salvad a Gerry.<br />

Yo no entendía absolutamente nada. Todos tenían la vista clavada en algo que había a mis<br />

espaldas. Me volví a mirar, y allí, en mitad de la puerta, husmeando esperanzado en dirección<br />

a la mesa de la merienda, estaba Pavlo. Fui hacia él y le cogí por el bozal, y él me hociqueó<br />

con cariño. Expliqué a la familia que no pasaba nada, que era Pavlo.<br />

—No lo permitiré —dijo Larry roncamente—. No lo permitiré. Toda la casa llena de<br />

pájaros y perros y erizos y ahora un oso. Pero por los clavos de Cristo, ¿qué se ha creído este<br />

niño que es esto, un circo romano?<br />

—Gerry, hijo, ten cuidado —dijo Mamá temblorosa—. Parece un poco fiero.<br />

—Nos matará a todos —balbuceó Margo con convicción.<br />

—Yo no puedo salir para ir a buscar las escopetas —dijo Leslie.

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