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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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Y así, mientras Margo y Mamá volvían a la playa para ayudar a Spiro en la preparación<br />

de la comida, Stavrodakis nos reintegró al porche prestamente y sin dejar de hacer<br />

aspavientos, y nos atiborró de vino, por lo que la hora de regresar a la playa nos sorprendió<br />

bastante achispados, acalorados y contentos.<br />

—«Soñé —empezó a cantar Max según marchábamos entre los olivos, llevando con<br />

nosotros al feliz Stavrodakis para que compartiera nuestro almuerzo—, soñé que vivía en<br />

marmóreos salones, con caballos y ciervos junto a mí.»<br />

—Lo hace sólo por fastidiarme —dijo Donald a Teodoro en tono confidencial—. Sabe<br />

perfectamente que es «con vasallos y siervos».<br />

Bajo los árboles, a la orilla del mar, se habían encendido tres hogueras de carbón de<br />

encina que resplandecían, palpitaban y humeaban suavemente, y sobre ellas crepitaban y<br />

crujían diversos guisos. Margo había extendido un gran mantel a la sombra y estaba poniendo<br />

en él cubiertos y vasos, cantando desafinadamente por lo bajo, en tanto que Mamá y Spiro,<br />

inclinados como brujas sobre los fuegos, remojaban con aceite y ajo exprimido un crujiente<br />

cabrito y ungían de zumo de limón el corpachón de un pescado cuya piel burbujeaba y se<br />

doraba al calor de la manera más apetitosa.<br />

Almorzamos con gran calma, desperdigados en torno al alegre mantel, relucientes de vino<br />

los vasos. Los bocados de cabrito, entreverados de hierbas, eran sabrosos y suculentos, y los<br />

trozos de pescado se deshacían en la boca como copos de nieve. La conversación divagaba, se<br />

reanimaba y volvía a replegarse lánguidamente, lo mismo que el humo de las fogatas.<br />

—Hay que enamorarse de un bloque de piedra —decía Sven solemnemente—. Ves una<br />

docena de bloques diferentes, y dices: « ¡Bah! ¡Yo no quiero eso! ». Y entonces ves un bloque<br />

delicado y elegante y te enamoras de él. Pasa como con las mujeres. Pero luego viene el<br />

matrimonio, y eso puede ser terrible. Te peleas con él, y ves que la piedra es dura. Te<br />

desesperas, y un buen día se te derrite entre las manos como si fuera de cera, y ese día has<br />

creado una forma.<br />

—Recuerdo que una vez —empezó Teodoro— me pidió Berlincourt (ya saben ustedes<br />

quién es, ese pintor francés que vive allá en Paleocastritsa), me pidió que fuera a ver sus<br />

obras. Me dijo, eh, en fin, con toda claridad, «venga usted a ver mis cuadros». Conque fui una<br />

tarde, y me recibió con suma hospitalidad. Me dio, hum, me dio pasteles y té, y cuando le dije<br />

que me gustaría ver sus cuadros, me señaló un lienzo de buen tamaño que tenía puesto en el,<br />

hum, ¿cómo se llama eso que usan los pintores? Ah, sí, caballete. Era un cuadro muy bonito,<br />

verdaderamente. Se veía la bahía de Paleocastritsa con el monasterio, todo muy bien, y<br />

después de admirarlo me volví a ver dónde tenía los demás, pero no vi ningún otro. Así que le<br />

hum, le pregunté dónde tenía los otros cuadros, y él, señalando al caballete, me dijo, hum,<br />

«ahí debajo». Parece ser que no tenía dinero para telas, y por lo tanto pintaba cada cuadro<br />

encima del anterior.<br />

—Es que el gran artista tiene que sufrir —dijo Sven con lúgubre voz.<br />

—Cuando llegue el invierno os llevaré a las marismas de Butrinto —dijo Leslie con<br />

entusiasmo—. Hay cantidad de patos, y unos jabalíes descomunales en el monte.<br />

—Los patos me gustan, perro los jabalíes creo que son un poco grandes para mí —dijo<br />

Max, con el convencimiento de quien conoce sus propias limitaciones.<br />

—Yo no creo que Max fuera capaz —dijo Donald—. Lo más probable es que en el<br />

momento crucial abandonara y saliera corriendo. Ya se sabe cómo son estos extranjeros.<br />

—Y entonces —decía Mamá a Kralefsky— es cuando se pone la hoja de laurel y la<br />

acedera, justo antes de que empiece a cocer.<br />

—Así que, señorita Margo, yo le dijes, le dijes me da igual que sea el embajador francés,<br />

es un hijodeputas.<br />

—Y a la orilla de la marisma (claro que por ahí cuesta trabajo andar, porque el terreno<br />

está muy encharcado), en las orillas hay chochas y agachadizas.<br />

—Yo recuerdo haber visitado una aldea de Macedonia donde hacían, hum, donde hacían<br />

esculturas de madera muy curiosas.

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