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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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—Es un peligro público —decía Leslie—. Yo estaba aquí leyendo tranquilamente, y de<br />

pronto fue como si me agarraran por el cuello.<br />

—Una cosa repugnante —decía Margo—. No me extraña que Lucrecia se haya<br />

desmayado.<br />

—Hace tiempo que debería tener otro preceptor —decía Larry—. Te ausentas de la casa<br />

cinco minutos, y a la vuelta te lo encuentras sacándole las tripas a Moby Dick en mitad del<br />

porche.<br />

—Yo estoy segura de que no tenía ninguna mala intención —decía Mamá—, pero ha sido<br />

una tontería que se pusiera a hacerlo en el porche.<br />

—¡Una tontería! —dijo Larry cáusticamente—. Dentro de seis meses todavía estaremos<br />

circulando por la casa con caretas antigás.<br />

Amontoné los restos de la tortuga en la carretilla y me los llevé a lo alto del monte que<br />

había a espaldas de la villa. Allí hice un hoyo y enterré todas las partes blandas, y<br />

seguidamente coloqué el caparazón y la estructura ósea cerca de un hormiguero de hormigas<br />

conocidas, que en ocasiones anteriores me habían ayudado mucho dejando mondos otros<br />

esqueletos. Pero lo mayor que habían atacado era un lagarto muy grande, de modo que me<br />

interesaba ver si se atrevían con la tortuga. Corrieron hacia ella, agitando ávidamente las<br />

antenas, y luego se pararon, lo pensaron un poco, celebraron una rápida conferencia y se<br />

retiraron en pelotón. Era evidente que hasta las hormigas estaban contra mí, así que me volví<br />

a casa muy alicaído.<br />

Allí me encontré con que en el porche, todavía aromatizado, había un hombrecillo flaco y<br />

gemebundo que, evidentemente embravecido por el vino, estaba discutiendo con Lucrecia.<br />

Pregunté qué quería.<br />

—Dice —me respondió Lucrecia, con magnífico desdén— que Roger le ha matado a sus<br />

pollos.<br />

—Pavos —corrigió el hombre—. Pavos.<br />

—Bueno, pues pavos —dijo ella, concediéndole ese particular.<br />

Se me cayó el alma a los pies. A una calamidad sucedía otra. Sabíamos que Roger tenía la<br />

feísima costumbre de matar pollos. En primavera y verano se entretenía mucho con el<br />

inocente pasatiempo de perseguir a las golondrinas: le producían furores apopléticos<br />

zumbándole junto al hocico y planeando sobre el suelo por delante de él, y él las perseguía<br />

erizado de rabia, soltando rugidos de ira. Los pollos de los campesinos solían ocultarse en los<br />

arrayanes, y, justo cuando pasaba Roger, le salían al paso con gran batir de alas y demente<br />

cacareo de animal histérico. Para mí era segurísimo que Roger estaba convencido de que<br />

aquellos pollos eran una especie de golondrina desgalichada que no escapaba a sus poderes, y<br />

por lo tanto, pese a nuestros gritos de protesta, saltaba sobre ellos y los mataba de un certero<br />

mordisco, condensando en esa acción todo su aborrecimiento de las pesadas golondrinas<br />

estivales. Ningún castigo tenía efecto sobre él. En condiciones normales era un perro<br />

extremadamente obediente, en todo menos en esto; de modo que a nosotros, desesperados, no<br />

nos quedaba otro remedio que indemnizar a los propietarios, pero siempre a condición de que<br />

presentaran como prueba el cadáver del pollo.<br />

De mala gana entré a comunicar a la familia que Roger había vuelto a las andadas.<br />

—¡Dios! —exclamó Leslie, poniéndose en pie trabajosamente—. ¡Tú y tus jodidos<br />

animales!<br />

—Calma, calma, hijo —dijo Mamá tratando de apaciguarle—. Gerry no tiene la culpa de<br />

que Roger mate pollos.<br />

—Pavos —dijo Leslie—. Apuesto a que nos quiere cobrar un ojo de la cara por esos<br />

bichos.<br />

—¿Has limpiado el porche, hijo? —preguntó Mamá.<br />

Larry se apartó un pañuelo grande, empapado en agua de colonia, que se había extendido<br />

sobre la cara, y preguntó a su vez:<br />

—¿Huele como si lo hubiera limpiado?

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