GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón
GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón
GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Capítulo 2. La ensenada de los olivos<br />
Bajando desde la villa por los olivares se salía a la carretera, alfombrada de un polvo<br />
blanco y sedoso. Unos ochocientos metros más allá arrancaba de la carretera un camino de<br />
cabras que, siguiendo una abrupta pendiente entre olivos, descendía hasta una ensenada<br />
pequeña en forma de media luna, bordeada de arenas blancas y de montones de algas secas<br />
arrojadas a tierra por los temporales del invierno, montones que, desperdigados por la playa,<br />
parecían grandes nidos mal hechos. Cerraban la ensenada dos brazos de acantilados bajos, al<br />
pie de los cuales se distribuían innumerables pozas entre rocas, rebosantes del brillo y la<br />
animación de la fauna marina.<br />
Viendo George que el encerrarme en la villa todas las mañanas de la semana me restaba<br />
capacidad de atención, instituyó la novedosa táctica pedagógica de «clases al aire libre». En<br />
seguida las arenas de la playa y los revueltos montones de algas se convirtieron en desiertos<br />
abrasadores y junglas impenetrables, que explorábamos diligentemente con la ayuda de un<br />
renuente cangrejo o pulga que hiciera de Hernán Cortés o Marco Polo. Las clases de geografía<br />
dadas en esas circunstancias tenían para mí muchísimo encanto. Un día decidimos hacer un<br />
mapamundi con piedras a la orilla del agua, de manera que el mar del mapa fuera mar de<br />
verdad. Fue una tarea sumamente absorbente, en primer lugar porque no era nada fácil<br />
encontrar piedras que tuvieran la forma de África, la India o América del Sur, y a veces había<br />
que juntar dos o tres para componer la figura del continente. Además, cada vez que cogíamos<br />
una piedra la volteábamos con mucho cuidado y debajo encontrábamos un gentío de<br />
animalillos que nos tenían muy entretenidos durante un cuarto de hora, hasta que George se<br />
dio cuenta de que a ese paso no acabaríamos nunca el mapamundi.<br />
Aquella ensenada era uno de mis cotos de caza favoritos. Casi todas las tardes, mientras la<br />
familia dormía la siesta, Roger y yo bajábamos por los olivares, entre las cigarras que hacían<br />
vibrar con su chirrido el aire sofocante, y continuábamos después por la carretera, en donde<br />
Roger estornudaba voluptuosamente con el polvo que levantaban sus manazas, y que hacía<br />
para él las veces de rapé. Llegados a la ensenada, cuyas aguas, al sol de la tarde, casi no se<br />
veían de puro quietas y transparentes, nadábamos un rato cerca de la orilla y luego cada uno<br />
se entregaba a su diversión particular.<br />
La de Roger consistía en repetir sus intentos desesperados e infructuosos de atrapar<br />
alguno de los pececillos que centelleaban y se estremecían en el agua baja. Iba acechándolos<br />
con paso lento, murmurando cosas para sí, tiesas las orejas y la vista fija en el agua. De<br />
improviso hundía la cabeza bajo la superficie, se oía un chasquido de mandíbulas, la volvía a<br />
sacar, estornudaba violentamente y se sacudía el agua del pelo; mientras, el gobio o rabosa<br />
perseguido, que de un coletazo se había plantado un par de metros más allá, le observaba<br />
tranquilamente desde una roca, con una mueca de disgusto y una seductora vibración de la<br />
cola.<br />
Para mí era tal la sobreabundancia de animales de la bahía, que casi no sabía por dónde<br />
empezar la tarea de recolección. Por debajo y por encima de las rocas se extendían los blancos<br />
túneles calcáreos de los tubícolas, como ensortijados y complejos adornos de pastelero, y en<br />
la arena de aguas un poquito más profundas había hincados unos tubos como trocitos de<br />
manguera diminuta. Mirando atentamente el extremo del tubo se veía asomar un delicado<br />
ramo de tentáculos, plumoso o floral: tentáculos de colores irisados, azul, rojo, pardo, que<br />
daban vueltas y vueltas lentamente. Eran los quetoptéridos; nombre bastante feo, pensaba yo,<br />
para un ser tan hermoso. A veces formaban pequeños grupos, que parecían macizos de flores<br />
móviles. Tenías que acercarte a ellos con un cuidado infinito, porque si movías los pies por el<br />
agua demasiado deprisa se formaban corrientes que informaban telegráficamente de tu<br />
proximidad, y los tentáculos se juntaban y desaparecían por el tubo abajo con increíble<br />
rapidez.