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GERALD DURRELL - Fieras, alimañas y sabandijas - Galeón

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—Unas músicas rarísimas —dijo Mamá—. De ese compositor…, tú sabes quién es…, de<br />

Paj, o como se diga.<br />

Decir que el resto del día fue atosigante es poco. El repertorio de Sven parecía inagotable,<br />

y cuando, en el transcurso de la cena, se empeñó en pintarnos la hora del rancho en una<br />

fortaleza escocesa a base de dar vueltas y vueltas alrededor de la mesa al son de una de las<br />

más inarmónicas reels escocesas, yo vi que las defensas de la familia se desmoronaban. Hasta<br />

Larry puso cara de cierta preocupación. Roger, que era espontáneo y directo en su trato con<br />

los seres humanos, resumió la opinión que le merecía la actuación de Sven echando atrás la<br />

cabeza y aullando con desconsuelo, cosa que normalmente sólo hacía al oír el himno nacional.<br />

Pero a los tres días de tener a Sven con nosotros ya estábamos más o menos hechos a su<br />

acordeón, y encantados con su persona. Aquel hombre rezumaba una especie de bondad<br />

inocente que hacía imposible enfadarse con él, hiciera lo que hiciera, como no se enfada uno<br />

con un bebé porque se moje los pañales. En seguida se hizo querer de Mamá, porque resultó<br />

ser un cocinero entusiasta, que iba a todas partes con un enorme cuaderno con pastas de<br />

cuero, donde anotaba las recetas. Mamá y él se pasaban la vida en la cocina enseñándose<br />

mutuamente a hacer sus platos predilectas y el resultado eran comidas de tal volumen y<br />

esplendor que todos empezamos a sentirnos empachados y un poco caídos.<br />

Había transcurrido una semana desde su llegada cuando una mañana Sven se dejó caer<br />

por la habitación que yo orgullosamente llamaba mi estudio. En aquella villa inmensa<br />

teníamos tal sobreabundancia de habitaciones, que yo había conseguido que Mamá me<br />

asignara un cuarto donde poder meter todos mis animales.<br />

Mi zoo era por entonces bastante extenso. Estaba Ulises, el autillo, que pasaba todo el día<br />

posado en la galería de encima de la ventana, fingiéndose tronco de olivo en descomposición,<br />

y de vez en cuando, con mirada de infinito desdén, regurgitando una píldora al papel de<br />

periódico extendido en el suelo. El contingente de perros se había elevado a tres con la llegada<br />

de un par de chuchetes que una familia campesina me había regalado por mi cumpleaños, y a<br />

quienes, por su comportamiento absolutamente indisciplinado, se habían dado los nombres de<br />

Widdle y Puke ∗ . Había filas y filas de tarros, unos con ejemplares en alcohol, otros con<br />

animales microscópicos. Y había también seis acuarios que albergaban todo un muestrario de<br />

tritones, ranas, culebras y sapos. Mis colecciones de mariposas, escarabajos y libélulas se<br />

apilaban en cajas con tapa de vidrio.<br />

Me asombró que Sven manifestara un interés profundo y casi reverente por mi colección.<br />

Encantado de que alguien mostrara entusiasmo por el zoo de mis amores, le hice un tour<br />

minucioso y se lo enseñé todo, incluso (tras tomarle juramento de silencio) mi familia de<br />

diminutos escorpiones color chocolate, que había introducido en casa de tapadillo. Una de las<br />

cosas que más le impresionaron fue la campana subacuática de la araña, frente a la cual<br />

permaneció en silencio, contemplando con sus ojazos azules muy abiertos cómo la araña<br />

atrapaba la comida y la subía a la cupulita. Tan grande era su interés, que, sin demasiada<br />

confianza, sugerí que quizá le gustara que pasáramos algún rato juntos en los olivares, y así<br />

podría enseñarle algunos de aquellos animales en sus ambientes naturales.<br />

—¡Qué amable eres! —me dijo, y su cara feota se iluminó—. ¿Seguro que no será una<br />

molestia para ti?<br />

No, le aseguré que no sería ninguna molestia.<br />

—Pues a mí me haría mucha ilusión —dijo Sven—. Me haría muchísima ilusión.<br />

Conque, desde aquel día hasta el final de su estancia, desaparecíamos de la villa después<br />

del desayuno y pasábamos un par de horas en los olivares.<br />

El día de la partida de Sven —se marchaba en el barco de la tarde— le dimos un<br />

almuerzo de despedida, e invitamos a Teodoro. Contentísimo de tener un nuevo oyente, Sven<br />

le dio inmediatamente un recital de media hora de Bach al acordeón.<br />

∗ Que significan «pis» y «vómito» (N. del T.).

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